Padrenuestro

22 feb 2016 / 09:39 H.

El papiro de Ani, compuesto hacia el año 1300 a. C., es la versión más conocida de “El Libro de los Muertos”, que acompañaba a los egipcios a la otra vida como manual para la resurrección. Entre sus conjuros y oraciones para superar las pruebas de ultratumba, encontramos una, la Oración del Ciego, que se parece al Padrenuestro que, según la tradición, Jesús nos enseñó para dirigirnos a Dios. Es bonito imaginar que hay un latido común entre ambas, que la oración cristiana por excelencia se alimentó de tantos momentos sagrados, de tantas voces que se alzaron desde un susurro emotivo en busca de la trascendencia durante miles de años. Que Dios se parece siempre a Dios lo nombre quien lo nombre, que siempre gobierna la Tierra, que siempre perdona, concepto que llega hasta nosotros lleno de la experiencia y el alma de quienes desde que el mundo es mundo han buscado a Dios. Es bonito saber que, como un rito que recoge el pulso de la humanidad, puso en la pluma de Gloria Fuertes o Benedetti la cara más humana de lo espiritual. Es hasta conmovedor, por pueril y falto de recursos, que incluso quienes reniegan de la fe sientan esa atracción fatal por él, que quienes quieren regenerar el país no sepan sino copiar el pasado, pues en el siglo XVII en México la inquisición ya anduvo buscando al autor de un padrenuestro satírico con tintes políticos. Disfrazando la poesía de escupitajo y negándole su poder; que la poesía, si en verdad lo es, construye como un arma cargada de futuro. La sacralidad del Padrenuestro no se gana en los tribunales, ni en los actos políticos, ni siquiera en los templos, sino en el rezo en voz baja de los creyentes anónimos que trabajan día a día por la justicia; en su honestidad, en su tolerancia, en su respeto. En el río subterráneo de espiritualidad que mueve y recorre el mundo para hacerlo mejor. En la historia de una plegaria que ha dibujado el rostro de Dios en la tierra. Y en eso, para rabia de muchos que escupen, los creyentes de a pie somos especialistas.