Orgullo y pasión

15 ene 2018 / 09:40 H.

O rgullo y pasión” es el título de una película rodada en España en 1957 sobre un episodio de la Guerra de la Independencia y que está protagonizada por Cary Grant, Sofía Loren y Frank Sinatra. Pero yo, pese al título, no les voy a hablar hoy de cine, sino de fútbol. Ya saben que en este país o se habla de fútbol o de política. Lo demás parece interesar menos a los españoles. Pues bien, a lo que me voy a referir es que sin pasión por unos colores y sin el orgullo de sentirse incondicional de un determinado equipo, el fútbol resulta un espectáculo bastante anodino por la falta de espectacularidad en el juego y la carestía de goles. Y este síntoma se padece con mucha frecuencia viendo la mayoría de los partidos que nos ofrecen las cadenas de televisión. El menú futbolístico de la televisión es abrumador. Un menú donde se ofrecen todos los “platos”, los selectos y los más corrientes. Cada día, cuantos más partidos se ven, más pierdes el paladar porque el sabor de ese fútbol apenas alcanza la exquisitez en alguna ocasión. No importa el nombre de los contendientes para que el “guiso” sea insípido, aburrido, insoportable. Sobre todo, si ninguno de los dos contendientes es el equipo que a uno le apasiona. ¿Creen, por ejemplo, que un espectador que no fuese seguidor de uno o de otro conjunto pudo disfrutar con el encuentro copero entre el Real Madrid y el Numancia? Bueno, en realidad, el Real Madrid ya no divierte ni a sus más acérrimos forofos. Sus grandes figuras, algunas demasiado infladas por las corrientes mediáticas, están empalidecidas; no dan la talla que dice de ellos la publicidad.

Actualmente solo lo paso bien viendo a unos pocos jugadores, ese reducido número que sabe hacer del fútbol arte deportivo. Y el que más, sin duda, Leo Messi. En tantos años de fútbol como llevo en mis retinas, nunca vi a un jugador con las virtudes y cualidades de este argentino. Lo tiene todo: velocidad de acción, regate, concepción visual de la jugada, toque, disparo, remate de cabeza y, sobre todo, responsabilidad para echarse, cuando es preciso —que es siempre— el equipo a su espalda y tirar de él con clase y pundonor. Defiende y coordina una enorme parcela del terreno de juego. Vive el fútbol, lo siente porque Messi sí que tiene orgullo y pasión. Virtudes de las que carecen otros divos que las circunstancias subieron en un pedestal y ya no se bajan de él como no sea para lanzar un penalty.