Oportunistas chupasangres

25 abr 2019 / 09:21 H.

Hacia adelante y hacia atrás es bien sencillo comprenderlo, pero hay quien argumentaría que se puede andar de espaldas hacia adelante, y de cara hacia atrás. No voy a discutirlo. De hecho en eso, y solo en eso, podría reducirse o convertirse cualquier explicación para algunos, que los hay de todos los colores, porque hay gente experta en llevar la contraria, asumir lo del otro sin concederle respiro, ni cortesía para reconocerlo, dando rodeos, y estar horas y horas en continuo litigio sin avanzar un milímetro de sus posturas iniciales... Hay gente para todos los gustos, se suele decir, y entre los ínclitos se hallan aquellos que no solo vuelven negro lo blanco, sino aquellos que te convencen o te hacen verlo, siempre con palabras y palabras, con matices para cada definición, o acepción, y aun así no se quedan satisfechos. Ahí imponen sus vericuetos en las conversaciones, los laberintos de la inteligencia con los que te arrastran, imponiéndose muchas veces ante la propia estupefacción. O sea, todo se podría resumir en eso que acaba significando vivir en tiempos no demasiado revueltos, cuando lo que sucede no es decisivamente importante, pero tampoco tan ligero como para no tenerlo en cuenta. Y esa franja se plantea muy ancha, o muy laxa, según se vea, porque la valía queda en un segundo plano al primarse las amistades —el enchufismo—, rellenando el hueco con un sustituto que también lo va a hacer bien. Nadie, y que conste que no me duelen prendas en decirlo, nadie es imprescindible... Al contrario de lo que suele pensarse, nos pasan muchas cosas fundamentales en el día a día, aunque se muestran desapercibidas, y sin embargo nos fijamos lamentablemente en aquellos detalles que no merecen la pena, lastrándonos y recortándonos la imaginación. No apreciamos nuestro tiempo. Todo sea en función de los prejuicios y la resistencia a aprender, porque ¿quién dijo que aprender fuera fácil? Se trata de borrar todo aquello que nos inculcaron, la mayoría de las veces del peor modo posible, para desaprenderlo, eliminarlo del disco duro para aprender de nuevo lo que se ha actualizado y puesto en nuevas direcciones semánticas. Al fin y al cabo, como en tantas cosas, la política y la gastronomía, el sexo y la muerte, el verano y el dinero, etcétera, se trata de lenguaje. Verbal y no verbal. Además, también se trata de apreciar quién se explica mejor, y cómo, para finalmente llevarse el gato al agua. O de amabilidad. Hay quien lo llama contexto. No solo me refiero a los oportunistas, esos que aprovechan la ocasión, que no se les escapa una, que están agazapados en ese momento justo y en esa hora adecuada, cazando en las sombras y farfullando entre dientes, sino a maneras de ser, estados de ánimo, personas y personajes. Todos los conocemos y sabemos cómo se presentan, de puntillas, como quien no quiere la cosa, con cara amable y chistecito cómplice, reviviendo viejas batallas y guiñándote el ojo en señal de que hubo un pasado mítico que nos une, pero falso, y dispuestos a hacértelo creer. No, no te fíes de esos nunca más. Ni cuando te digan que a ver si nos tomamos algo, apelando a la sentimentalidad, porque te conocen y saben que eres débil. Porque tocan la fibra sensible. No te dejes engañar más. No bajes la guardia. Quita a esa gentuza de tu vida de una vez. Elimínalos. Falta te hace. Chupasangres oportunistas.