Nuestra Constitución

18 abr 2019 / 09:40 H.

Sobre todo crecen en campaña electoral a ritmo de fanfarria y eslóganes simplistas para consumo doméstico. Me refiero a los falsos defensores de una Constitución que es de todos; aquellos que la visten de colores exclusivos y banderas de un nacionalismo casi medieval. Pretenden estos imaginarios constitucionalistas monopolizar para provecho propio el símbolo de la libertad y la tolerancia, aquello que nos une como pueblo más allá de doctrinas y sectarismos. Intentan convencernos de que no todos cabemos en esa Ley superior; imperfecta sin duda y de necesaria reparación hoy por uso continuado. Argumentan con su disfraz de buena ciudadanía que quienes que no visten con la chapa de su partido no se merecen el trato que la Constitución dispensa a todos, incluso a los que queman efigies de monarcas o estandartes del Estado. Olvidan que los valores constitucionales no se miden con raseros ideológicos; sobre todo cuando tienen mucho que olvidar, o más todavía para convencer, frente a su insensibilidad social, demostrada cuando gobernaban en este y el anterior régimen. Pueden defender su Constitución, pero no nuestra constitución; al menos no en mi nombre.