No necesitamos alforjas

07 dic 2017 / 09:34 H.

Se habla y no se habla, se comenta y se pasa a otro tema, se dice de pasada pero no se le da la importancia que merece, me refiero a lo que significa que el gobierno de Mariano Rajoy esté usando el dinero de la reserva de las pensiones, la conocida hucha, que aseguraba un fondo perpetuo para el pago de la Seguridad Social, y generaba un beneficio por los intereses que era una maravilla de capital especulando. Uno está en contra de la especulación por la especulación, pero si se trata de una buena causa, no hay que despreciar nada, venga de donde venga, ¿verdad? Aunque sea de manera coyuntural. O sea que pura estrategia, ¿entendido? La situación es la siguiente: de manera estructural, los trabajos que se crean en la pretendida recuperación económica no generan ingresos para las pagas de los jubilados, y ya hay voces que argumentan que por qué viven tanto, que con los avances de la técnica y el envejecimiento de la población, se debería seguir trabajando hasta, qué digo yo, por ejemplo hasta los 75. O más. Si una persona se jubila a los 60 —o prejubila— y vive hasta los 90, imaginaos, habrá recibido del Estado prácticamente lo mismo que lo que había cotizado, con lo que el negocio —difícil balanza— se habrá venido a pique. Así desacreditan el sistema de pensiones público, potencian los planes privados, y avanzan hacia la demolición del Estado de bienestar. Pero lo cierto es que el problema reside en otras cuestiones que interesa discutir mucho menos, como los impuestos de los ricos, que cada vez pagan menos, las mil y un modalidades de los contratos basura, que los nuevos afiliados no aportan nada a las arcas de la Seguridad Social, ya sea por exenciones o porque el Estado se hace cargo, y todo en la misma dirección y con el mismo sentido, abaratar los costes de producción por donde siempre, el trabajador. Dicen que salimos de la crisis: en realidad hemos entrado en una fase neoliberal mucho más salvaje y descarnada, más propensa a la desestabilización, delicada hasta el punto de que un solo desequilibrio nos lleve al garete, con sueldos irrisorios, un consumo reducido a baratijas y chucherías, y el poder adquisitivo de los currantes brillando por su ausencia. El liberalismo es esto para bien y para mal, porque lo que te da en libertad desde lo filosófico, te lo quita desde lo económico. Resulta que al final se trata de vivir al día, de arrasar con lo que se ponga por delante, llámese naturaleza, planeta y animales, seres humanos, con tal de conseguir el máximo de ganancia al mínimo coste. El gobierno del señor Rajoy, con su particular «laissez faire», que como vemos gusta mucho a la gente, también vive al día sin hucha. Una política no intervencionista, nada de sobresaltos, el mercado que se autorregule y si no, pues que reviente por algún lado, que lamentablemente siempre es el de los trabajadores. A causa de la defensa a ultranza de la libertad, esa fantasmagoría tan sutil —se diría que invisible—, venimos durante siglos pagando el pato precisamente nosotros, los que no la disfrutamos, puesto que los que la gozan son aquellos que pueden pagarla, esos sí saben de libertad. Además, el pueblo, siempre tan sentimental, movido por las emociones, engañado e idólatra, siempre actuando por impulsos y sin control... el pueblo no sabe lo que quiere. Pero para este viaje, claro, no necesitamos alforjas.