Monopodio y Turnitin

23 sep 2018 / 12:05 H.

La historia es un fondo inmarcesible de espejos. Como aquel Narciso reflejado en el agua, vemos nuestra imagen en tiempos pretéritos y nos apresuramos a absorber todo lo que podría servirnos actualmente pero, sorpresa, somos más dados a lo perverso, al engaño, a la rapiña que a sobreponernos a los errores y avanzar por el “buen” camino. No deja de tener su intríngulis que la picaresca típica de nuestro ADN tenga sus raíces no en épocas oscuras sino en el Siglo de Oro. En un huequecillo entre el Renacimiento y el Barroco nuestros genes se arremolinaron en torno a ladrones de medio pelo, mendigos, falsos mutilados, supuestos estudiantes y alegres prostitutas que te afanaban lo propio y lo ajeno sin encomendarse a Dios aunque sí al diablo. Siglos después la situación no parece haber mejorado en demasía. Valle-Inclán afirmaba que “En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. Se premia todo lo malo”. Los patios de Monipodio parecen estar ahora en círculos políticos, institutos universitarios y cloacas diversas anexas al poder sin dejar, claro, de seguir perteneciendo a nuestro más esencial e interno espíritu pícaro. Si en la tierna juventud crecían “chuletas” en las fechas abonadas con exámenes, al llegar a la edad adulta, centrándonos solo en temas educativos, renace un nuevo brote que incluye másteres regalados, trabajos no presentados calificados con sobresaliente, cursos con presencia evanescente en las aulas o plagios desvergonzados que no hacen sino socavar el buen nombre de las instituciones y personas que sí dedican su esfuerzo honrado en mejorar su formación. Que haberlas, “haylas”. Tal es el desbarajuste que se ha tenido que crear un software específico para detectar irregularidades plagiarias como el llamado “Turnitin”. Todo ello dentro de un ambiente que da por sentado que lo habitual es dar gato por liebre por no mencionar la mediocridad que se transluce en ciertos trabajos que deberían avergonzar a sus autores. Un ejemplo cercano en los noticiarios: cierto prócer en altas instancias de gobierno se jacta de que el programa citado solo ha detectado algo así como el trece por ciento de coincidencias en su obra y que, por tanto, no se puede calificar como plagio pero nada dice de algo más bochornoso: su trabajo, calificado como “cum laude” tiene, dicen, una muy escasa calidad y no merece tales honores. Otros próceres, a la vista de estas circunstancias optan por esconder sus trabajos bajo pasmosas excusas o se apresuran a cambiar sus currículos ante el ojo escrutador que podría desenmascararlos. ¿En qué manos estamos? Alguien debería barrer y encender la luz en nuestro particular patio de Monipodio actual. ¿Acaso no lo merecemos?