Milagros y vírgenes

11 jun 2017 / 11:32 H.

Milagros son los que vamos necesitando para paliar, de alguna manera, el bochornoso espectáculo al que estamos asistiendo muchos vivientes, para recebar con algunas gotas de ilusión la sangre que nos circula y mantiene. No hay día en que no padezcamos algún coágulo procurado por el más siniestro acontecer de la condición humana. Y puede llegar el momento, en que rotos o desmadejados por falta de recursos, y huérfanos de ideas, nos amparemos en la intervención divina. Dichoso aquel que aún mantenga intacto su fervor mariano, su fe ciega y su dogma de platino inoxidable. Y mantengo esta parca reflexión con todos mis respetos al creyente, y porque no quisiera enturbiar con mis especulaciones la celebración del día de la Virgen de la Capilla, patrona de Jaén, por obra y gracia del Espíritu Santo y el favor de los jiennenses. Y también, al dejarme llevar por algún poso de nostalgia, y por el recuerdo de mis padres, cuando escucho en las cercanías de la Plaza de San Ildefonso el canto popular que nos dice: “Bendita sea la hora en que María Santísima, descendió del cielo a la ciudad de Jaén para socorrer a nuestros mayores”. Pues falta nos hace, a los mayores, a los menores, y a los maduritos.

No obstante, cuando las flores se marchiten, las pastiras y los chirris abandonen su traje típico en el armario de las naftalinas, y la Virgen sea encerrada en su templo, volverán los oscuros buitres con sus picos en nuestros bolsillos a picotear, y reaparecerá aquel filósofo que nos dice que somos lo que somos, y se abandonará a dormir la siesta bajo un olivo de sombra puntual, la única verdad que considera tangible y exacta, pues también está cansado de todas las inclemencias que le procuran los ajetreos y el devenir de los pensamientos sobre el ser y no ser. El filósofo se hará carne como cualquier economista, como cualquier político palabrero, como cualquier funcionario de la tristeza y su burocracia, como algún ingenuo trabajador, obrero u operario que intenta engañar al economista, al banquero, al funcionario, o a su jefe, como proclaman muchos en las barras de las tabernas un viernes cualquiera. Entonces también consideraré mi propia estulticia, escuchando a esa izquierda gazmoña que se empeña en las formas y que tiene un ombligo con borra y verbos tremendos, efusivos y solidarios, mientras la derecha real y cómoda seguirá siendo lo que es, gambista, cervecera y egosauria, y eso siempre que tú mantengas el usted con respecto a mí. En definitiva, necesitamos muchas vírgenes y muchos milagros.