Mil salsas de tomate

10 feb 2016 / 09:44 H.

El recurso de la imaginación, la fantasía creadora y viva o la conciencia liberadora nos llevan a lugares insospechados, territorios míticos donde nunca llegaremos por medios físicos, cuando las limitaciones imponen recortes y las fronteras se vuelven territorios desolados, paramos por donde transitamos en medio del desierto. No se trata de evitar las huidas, sino de aceptar desde la madurez una salida digna a tanta depravación laboral y humana que vivimos. Hoy recuerdo el bolero “Esclavo y amo”, sobre todo, en la versión de Los Panchos, y de ahí me paso a Hegel, quien aseguraba en la dialéctica del amo y el esclavo que el amo necesitaba tanto al esclavo como éste a aquél, y que en un momento determinado de esa relación de dependencia, que se presentaba como una lucha encarnizada, se invertían los términos de la dominación: ninguno de los dos podía intervenir para evitar sentir su propia identidad, pero para que uno existiera debía también estar el otro ahí. Tal vez así se fraguó nuestro ser social, esa razón colectiva que nos une, aunque algunos se empeñen en salir a la calle para comenzar una pelea, pues estos vientos de neoliberalismo nos recalcan, como una mala musiquilla pegadiza que el individuo se construye —el sujeto contemporáneo— frente a la naturaleza, la sociedad y, en última instancia, contra sí mismo. Deberíamos aprender de esto, al menos por vía negativa. Volver la vista atrás —partiendo desde el inicio— nos lanza hacia adelante con más fuerza. De hecho los hábitos pueden cambiar y de igual modo nosotros cambiamos si nos lo proponemos, capaces de investigar, reflexionar y averiguar qué nos constituye o destruye, nos hace grandes o chicos. Un mismo objeto posee diferentes usos dependiendo de la persona que lo utilice, sus miserias y grandezas. Por eso pongo todo el cariño para descubrir una nueva salsa de tomate para la pasta, para un plato modesto compartido en la mejor —la buena— compañía, y una cerveza helada. Hay que inventarse el día a día para recibir, precisamente, algo más que una recompensa, sea lo que sea eso que llaman vida.