Mentiras apasionantes

21 nov 2017 / 09:15 H.

Se habla con frecuencia de la inusitada fuerza con la que bajan las embravecidas aguas de la política y su infinito potencial. Sin embargo, se dice poco o nada de lo maltratadas que aparecen aquellas personas afectadas por la torrentera incontrolable. Para cierta clase dirigente, alejada de los sentimientos de las clases populares, la superficie del mar permanece cual espejo que se asemeja a una alfombra de terciopelo color turquesa, mientras el fuerte empuje de recientes cambios en las estructuras básicas ciudadanas, ha desbordado la voluntad de unas víctimas propiciatorias que han pasado de musitar en voz baja a bramar como leones enfurecidos. Teniendo en cuenta que todo humano conserva activa en su mente la búsqueda de placeres que cubran el nivel de una vida medianamente feliz: quién no se quedado alguna vez embobado ante la belleza cautiva de este mundo y no ha podido aún deleitarse con su goce, el cual, causaría per se una ausencia de dolor o de cualquier otro tipo de aflicción que algunos iluminados que actúan por obra y gracia de su santa voluntad y a través de apasionantes mentiras y tibias verdades, tratan de que nos echemos a temblar y renunciemos a un goce de semejante naturaleza. No solo no quieren compartir el deslizar los pies por un dorado y límpido pavimento, cual pátina de sutil y refinada belleza, sino que pretenden que naveguemos subidos a una balsa que navega a la deriva en medio de una superficie pútrida de aceite hirviendo. Aborrezco a esa gente que habla de endurecer la fiscalidad a los de siempre y no se persiguen a ellos mismos como los principales evasores de impuestos. Qué pronto se equilibraría el presupuesto si de manera razonablemente obligatoria aflorara solo el 50% del total evadido. Me temo que nuevos ricos a la búsqueda del poder, la fama, y el prestigio, y a quienes solo les preocupa aumentar el número de pobres inseguros e infelices, van a continuar construyendo un mundo materialista a su imagen y semejanza, bajo una sarta de pretextos moralmente injustificables. Difunden a los cuatro vientos que el ostentoso y vano vellocino de oro es solo un buen negocio que no deben compartir con la primitiva insatisfacción de los numerosos casos extremos de pobreza. Cegados por su amoralidad y deslumbrados por el fulgor hechizante de su icónico símbolo, cual es la acumulación de riqueza, les ha hecho olvidarse que ganar mucho y pagar pocos impuestos, no dura eternamente y, que tanto pobre junto, reunido alrededor de la idea de cubrir sus deseos naturales y necesarios, forman un bloque de hielo imposible de hundir, por muy empeñados que estén en fortalecer las posibilidades de un enriquecimiento desmesurado. No les vale aplicar el estudiado ritmo de rigidez y alivio, ni las fórmulas engañabobos para exprimir aún más el limón, porque el estado actual de cosas ha cambiado y las reglas del juego no son las mismas, y hay quienes transitando por senderos fuera de su control, están dispuestos a todo para llevarlas a la práctica. Ese punto de inflexión y no otro, servirá para que su oro no signifique, para su consternación, un refugio seguro. No sé si viene a cuento decir aquello que alguien con mucho sentido dijo un día: “Un hombre despertará por la mañana, y sentirá que es una nación, y empezará a caminar.