Medidas de urgencia

18 ene 2018 / 08:19 H.

Nos han acostumbrado a evadir la responsabilidad individual cada vez que queremos encontrar un culpable de nuestra situación. En la Antigüedad, los mecenas cumplían una función importante y, a la postre, decisiva en la vertebración cultural de la sociedad. Lógicamente no solo se trata de cultura, sino de estructurar lo relativo a la vinculación intersubjetiva de cada uno de los integrantes de una comunidad determinada, que por lo general se plantea como realidad desordenada, hasta que se le da coherencia con la palabra “nosotros”. De otro modo, la sociedad es un “todo el mundo va a lo suyo menos yo, que voy a lo mío”, regida por la ley de la selva, y sin más control que el de un estado policial en el que campas por tus respetos hasta que te pillen. De hecho, el estado de derecho a veces adolece de permisividad, porque debe proteger la presunción de inocencia, con lo que crea vacíos —incluso lagunas— legales. Ejemplos no faltarían. El problema que se presenta desde el liberalismo radical en el que hemos desembocado es que los individuos se desentienden de responsabilidades entre sí, y si el Estado no atiende a sus ciudadanos, vueltos números y cifras, datos para sacar pecho o mirar hacia otro lado, ¿quién se ocupa de las personas? En El declive del hombre público, el sociólogo norteamericano Richard Sennett analiza cómo lo público ha venido desgastándose y desprestigiándose, y cómo durante varios siglos el ser humano de la Modernidad creó un contexto de intereses comunes, autoridades compartidas y poderes legítimos, junto a sus espacios, frente a otro perteneciente a cada quien, preservado, en el que no cabía inmiscuirse. De esta manera lo privado y lo público se opondrían como blanco y negro, con lo que lo público se escurre en el saco de todos, y lo privado se constriñe a la intimidad más inviolable. Mientras que lo público —o lo que queda— se lleva todos los palos, lo privado se tiene que salvaguardar con vigilancia sacrosanta. Mientras que las libertades colectivas se coartan y recortan, las libertades individuales remiten a derechos intocables e innegociables. Y así podríamos seguir. En el pensamiento clásico liberal del siglo XVIII se esboza, no obstante, una esfera pública en la que la esfera privada debe interactuar, pues no pueden ir separadas. Pero en el siglo XX y a comienzos de este siglo, siempre se nos muestran como ámbitos antitéticos en lucha. O sea, nada más lejos de la realidad de su base teórica. Conviene recordar que nos encontramos frente a una fantasmagoría ideológica muy estereotipada. No nos engañemos. El hombre es un ser social. Ante el despilfarro y la falta de control de las instituciones, la corrupción generalizada, el desprestigio de los partidos políticos y los funcionarios, necesitamos dos cosas fundamentales: 1) Un proceso público de austeridad y rigor ejemplar para la ciudadanía. Sin malabarismos ni falsedades. Cualquier regeneración nace y se establece desde un punto de vista moral. 2) Una implicación mayor del individuo, es decir una mirada distinta en la que el hombre con capacidad por emprender, para gestionar y fomentar espacios de altruismo y solidaridad, se convierta en un nuevo mecenas que invierta y colabore, apoyando iniciativas privadas de alcance público. Toda nueva moral entraña un cambio de costumbres, así que deben promoverse como medidas de urgencia.