Media de picadillo

28 abr 2018 / 11:05 H.

Hace unos días conocíamos que la candidatura “Paisajes de Olivar en Andalucía” no convencía al Consejo de Patrimonio Histórico para ser catalogada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. En su defecto, apoyarían la propuesta de “Paseo del Prado y el Retiro” para tal galardón. No obstante, se nos reconocía que la candidatura liderada por Jaén cuenta con muchos puntos a su favor y que merece estar en la Lista de Patrimonio Mundial. La lista, es decir, la que se llevaba todos los apoyos, era la candidatura de Madrid, que tratará de convencer al mundo entero que el parque de la capital madrileña y su paseo del Prado, sí que son de belleza extraordinaria y singular. No desistiremos y para próximas ediciones seguiremos intentando entrar en la codiciada “Lista de las Maravillas”, ya sea con nuestro paisaje más característico, como con el otrora rechazado de la Catedral de Jaén.

No conseguimos seducir a nuestros examinadores, no logramos que califiquen nuestra belleza como única, y no alcanzamos ese reconocimiento mundial tan necesario para nuestra estima y proyección exterior. Hay que seguir intentándolo y, poco a poco, llegarán los resultados, pero no estaría mal dar una vuelta a otras potencialidades típicas de nuestra tierra. Por ejemplo, podríamos probar con enseñar al mundo nuestra “media de picadillo”. Estarán de acuerdo conmigo en que pocas cosas son más exquisitas y singulares de nuestra provincia que esa media tostada de picadillo. Llegar al bar, hojear el periódico y decir, “Alfonso, ponme café con leche y media de picadillo” es la frase más querida de la jornada laboral. Es raro que los malagueños, hábiles comerciales del sector turístico, no se hayan apropiado de tal manjar y lo hayan incorporado en su cultura gastronómica local, claro cambiando la denominación como “pitufo al aove con derroche de picadillo”, acompañado de un “café nube con azúcar moreno”. El informe que argumente la candidatura a Patrimonio de la Humanidad de nuestra joya gastronómica debe incluir un detallado protocolo de confección por el consumidor. A la media tostada de pan bien morenita, preferiblemente de la parte de arriba, se le enseña en primer lugar unos granitos de sal. A continuación, un generoso chorreón de aceite de oliva virgen extra sin filtrar, de cosecha temprana y, evidentemente, de una almazara de Jaén, repartido homogéneamente de Este a Oeste y de Norte a Sur.

Evidentemente no vale esa capsulita pequeña con la que apenas tienes para un cuscurro. Es importante que el aceite entre por las incisuras previamente realizadas. A continuación, un asfaltado rojo pasión de tomate recién triturado sin piel, y después, esa lluvia de trocitos de jamón y queso que dan el calificativo de mosaico de los amores en tres dimensiones, es decir, un tetris de dos plantas. Importante que los taquitos tengan un tamaño aceptable, ni muy grande ni muy pequeño. La sólida corteza de la base soportará con dignidad todo el contenido, como ese buque que atraviesa el océano cargado de contenedores. Importante poner el teléfono en modo avión y cerrar los ojos justo en el momento de acercar el manjar a la boca. Estaría bien entregar a los de la Unesco un informe anexo de técnicos nutricionistas que certifiquen las cualidades saludables de tal maridaje y que las calorías que proporciona ya se quemarán a lo largo del día. Que lo prueben, y si prefieren la media de pan de molde y margarina del Parque del Retiro, es que no son representantes de la humanidad.