¡Más “cornás” da el hambre!

29 jun 2017 / 11:01 H.

Que Jaén es tierra de toros es algo tan sabido como olvidado. Por eso cualquier motivo es bueno para recordar y valorar un patrimonio tan valioso desde el punto de vista histórico, medioambiental, antropológico, cultural, socioeconómico y hasta moral. Dicho lo de moral, como lo haría Hemingway, “bajo un criterio personal que no intento defender”. Hay comarcas enteras que no se podrían reconocer sin la presencia de ese mítico animal en sus tierras y en sus fiestas. Y eso se hace especialmente visible en la ciudad taurina por excelencia, señalada con mayúsculas en la historia de la tauromaquia. Linares, con la muerte de Manolete, quedó para siempre ligada a una fecha y a un torero. Se conmemora este año, por un lado, los 70 de la muerte del Califa en Linares y los cien de su nacimiento en Córdoba, y por otro, el 150 aniversario de la inauguración del llamado Coso de Santa Margarita. Hablar de Manolete es hablar de Linares y hablar de Linares es hablar de Manolete. Eso es así. Pero muchas veces, en estos asuntos de imagen asociada, lo que en principio es un valor añadido a la identidad de un lugar, puede convertirse en obstáculo para una visión más perfecta de la realidad. Ocurre algo parecido a nivel provincial, cuando nos identificamos tanto con el olivo que dejamos la sierra y la dehesa en el olvido.

Los toros forman parte de la propia idiosincrasia linarense desde tiempos muy remotos. Basta para comprobarlo echar un vistazo por Sierra Morena o leer documentos antiguos que constatan la celebración de fiestas de toros, al menos desde el siglo XVI, en la Plaza del Montecillo o en la explanada de El Llano, hoy plaza del Ayuntamiento, en la que curiosamente desemboca la llamada “corredera de San Marcos”. Y si algo faltaba, los descubrimientos de Cástulo van a ir dejando más clara todavía esa íntima relación de los antiguos linarenses con los toros. Mucho antes de que naciese Manolete, Linares era ya mucho Linares. Por eso estaba catalogada de segunda categoría sin ser capital de provincia, —administrativamente hablando, porque en lo taurino siempre lo fue—. Linares, con sus altibajos, mantuvo siempre un carácter especial fraguado en el tiempo con la asistencia de muchos aficionados rurales de variada procedencia que entienden de lo más difícil de entender, del toro, precisamente porque viven con él. Y donde hay toros brotan toreros. Dicen que en esa zona si le das una patada a una piedra te salen dos novilleros y un picador. Linares es una mina de toreros que surgen de las capas más hondas de una sociedad que entiende mucho de profundidades: Víctor Quesada, Paco Moreno, Palomo Linares, José Fuentes, Curro Vázquez, Paco Bautista, Curro Díaz, Adrián de Torres, son algunos ejemplos. Linares está ligada con la torería tanto como con el cante y la minería, y celebrar estas efemérides taurinas es una obligación aunque se esté de capa caída. Porque ciertamente las cosas no van bien. Setenta años después de la muerte de Manolete la que está en el hule hoy es la ciudad. Con niveles de paro insufribles y riesgos de pobreza insostenibles, Linares necesita una intervención de urgencia y muchas transfusiones de sangre. De sangre de la buena, no de plasma de salir del paso que acaba matando más que sanando. Y es que ya lo decía El Espartero cuando le avisaban del peligro del toro: “Más cornás da el hambre”.