Mágico encuentro marista

03 jun 2018 / 10:37 H.

Más de ochenta años llevan “los Maristas” en Jaén. Y, aproximadamente, sesenta en el actual colegio que conocemos. La misma edad del edificio tenemos los que lo disfrutamos entre 1967 y 1975. Somos la XVII promoción y este fin de semana hemos celebrado las Bodas de Ópalo con una reunión que ha hecho aflorar los viejos recuerdos, florecer amistades dormidas, brotar nostalgias e intercambiar esos tiempos del verbo crecer que hemos conjugado desde que dejamos las aulas.

Cuentan que el ópalo es una piedra de poderes esotéricos. Tal parece que es capaz de atraer a la superficie, a nuestro entorno, los talentos ocultos, las aspiraciones, los anhelos que atesoramos. El ópalo aúna energías y despierta mentes. Hoy, en estos días, esa gema nos ha hecho revivir la magia y nos ha trasladado a ese mundo paralelo en el que seguimos siendo aquellos que deambulaban por el colegio.

El sortilegio nos ha permitido hacer desaparecer ese cero en que termina nuestra edad y quedarnos solo con el seis. Incluso nos ha dejado añadirle, con otro pase mágico, un “uno” delante. De pronto éramos de nuevo niños o adolescentes. Los impresos de matrícula, aun amarillentos, nos han vuelto a tener otra vez clasificados en esa edad de seis a dieciséis años en la que todo se forma, se explora, se piensa, se dilucida, se atrapa, se investiga y se interioriza para, cuan crisálidas, descubrirnos después como adultos sin apenas darnos cuenta. Lo vivido en esas aulas, no cabe duda, nos dejó una honda huella que hemos aplicado después a esos apéndices que nos han brotado a lo largo de los años. Algunos encontraron pacientes, otros clientes, alumnos o empleados y, claro, compañeras y compañeros de vida con los que forjar y construir un nuevo horizonte para nuestros hijos. En todo ello permanece, como un halo, el sentido, los valores, la dirección y las metas con que allí nos formamos. La XVII promoción, ondeando la mágica bandera opalina, hemos vuelto a remontar los altos picos del calendario y nos hemos mirado con los mismos ojos para sentirnos de nuevo circulando por los patios, los pasillos, las aulas, los laboratorios, el gimnasio, las pistas deportivas, el cine escolar, la capilla, al ritmo de la chasca marista con su machacona insistencia. Gracias a ese filtro opalino se han reunido los niños que fuimos y los adultos que somos frente a las redomas de algún nigromante en las que no burbujean extraños fluidos sino rica cerveza y finos caldos con los que brindar por el pasado compartido, por este memorable presente y por ese porvenir que, por supuesto, seguimos mereciendo. Levantemos nuestras copas. Por los que fuimos. Por los que somos. Por los que se fueron. Que la magia nos envuelva siempre.