Los primos de Rufián

06 ene 2018 / 12:02 H.

Como una mala digestión por otra comida pesada, el reflujo de Gabriel Rufián se repite como la morcilla con poca sangre y mucha cebolla o se indigesta como los polvorones con demasiada manteca y escasa almendra. Elija usted. Las paridas de esta criatura son cíclicas y, al margen de una producción digna de mención, vuelven a la escena a poco que se repare en ellas en cualquier red social, aunque las soltara tiempo ha. Son pulguitas, no son grandes pensamientos, pero tienen en común que sientan mal. Este Gabriel es un mensajero bíblico del apocalipsis español y el advenimiento de la patria catalana. En la última, un joven y más esbelto Rufián —la vida pública le engorda— viene a decir ante una parroquia de catalanes dispuestos a escucharle que sus primos de Jaén atan los perros con longanizas y tienen becas para todo. En concreto apunta a unas de comedor que todos sus primos de Jaén disfrutan para sus hijos, mientras ellos en Cataluña pagan religiosamente, se entiende, y pasan estrecheces por aquello de los misales con destino a Andorra, añado. Entiendo que el número de primos de Rufián es limitado y que usted está a punto de jurar en arameo porque, estadísticamente, estará fuera de esta tierra prometida que pinta la brocha de Rufi. Es decir, será otro de esos tantos “primos” que no han disfrutado de becas, descuentos u otras prebendas públicas que crecen, al parecer, como los níscalos entre el follaje jiennense y que será cuestión de empecinamiento tontuno no disfrutar.

Quizá —no he hecho propósito de dejar de fabular hipótesis de mesa camilla— el joven, esbelto y lenguaraz Rufián sufriera su primer desengaño amoroso un lejano verano en La Bobadilla y, desde entonces, no ha levantado cabeza. Allí, en La Fuente, una avispada zagala ya repararía que aquel era un chaval atormentado y le aplicaron un primer 155 sentimental. Se sabe que esos amores de verano son los que más pican y que nos dejan muy tocados a los mozalbetes. Solo así, dando por hecho un episodio traumático en tan tierna edad, se puede entender una mirada tan parcial sobre sus veranos en su Bobadilla y, por extensión, de esta Andalucía. Un discurso racista y supremacista —propio de siglos rancios y arrumbados por la Historia— pero que pasado por un tamiz cultural “diferenciador” tiene enajenados a dos millones de catalanes. Escandalicémonos con él y su cuadrilla, pero también afeemos la conducta a esos jiennenses que critican, entre dientes, las ayudas a esos hijos de extranjeros nacidos en Andalucía. O se pone freno intelectual a esas falacias peligrosas que se rumian a continuación o corremos el riesgo de que en unos años un periódico tendrá que desactivar los comentarios a la noticia de que el primer bebé del año es, otra vez, “moro” y eso es intolerable para el árbol genealógico patrio. Ocurrió este año 2018 en Austria y muchos de los comentarios escritos pondrían henchido de satisfacción al creador de “Mein Kampf”. Es lo que tiene el odio, que requiere de poco esfuerzo y acompaña mucho en las noches de soledad. Ese bigote fascistoide nunca hay que dejarlo crecer. De vuelta a los pensamientos de ese paleto ilustrado (no son términos contradictorios) convendría regalarle una “experiencia olivarera” en un tajo de ese Alcaudete familiar, pero con varias jornadas para quedar fibroso, y así entendería que cuando nadie quiere, por su dureza, recoger fresa en los invernaderos de Huelva, vienen a Jaén a ofrecer este duro trabajo porque saben de la fiabilidad de los primos jiennenses (doctorados en doblar el espinazo). La cara y la cruz del campo jiennense. Lamentablemente, también exportamos charnegos ingenieros, médicos y un largo etcétera de jiennenses que hicieron las maletas para buscarse las habichuelas fuera. A los Reyes les pedimos trenes, pero solo nos montan en ellos.