Los pavos de la Navidad

27 dic 2017 / 09:28 H.

Parece que fue ayer cuando llovía en condiciones y la nevada cubría las faldas de Jabalcuz y La Pandera. Todo ha cambiado, pero a peor. A este paso, me cachi en los mengues, no habrá agua ni para bautizar a los niños. En la esquina de la Diputación, Enrique vendía sus “arbellanas” (cacahuetes), calientes gracias a que en el saco metía piedras calentadas en cualquier tahona. Grandes manadas de pavos, glu, glu, glu, eran adquiridos por quienes tenían “jayares” (dinero) en los bolsillos, lo que no ocurría con el resto de las personas. Pellejos de conejo para hacer la zambomba. Musgo del Castillo para adornar el Nacimiento, así como los “mocos” (excrecencias del carbón fundido en el fragua). Con ellos se simulaban cerros y montañas del Nacimiento. Se sacrificaban los cerdos, criados en los corrales de las casas de Jaén. La calles apestaban a cebolla cocida, alma mater de la morcilla. El guardia municipal, más derecho que un obelisco, estaba rodeado de los regalos hechos por los conductores. El Horno Chinchilla no daba abasto en asar calabazas y hacer mantecados “San José” hechos de aceite, harina y huevo. La Nochebuena, fría como un pingüino, pero sana como un bendito, abría las puertas de la paz y la concordia, tan necesarias antaño como hogaño.