Lo que no muere

18 feb 2019 / 09:13 H.

Aveces, los humanos tenemos cierta facilidad para olvidar. El amor, el cariño, el afecto suelen ser voraces, insaciables. Necesitan estar alimentados continuamente de muestras palpables de que siguen habitando en el corazón de las personas. Parece que tiene que ser así porque el olvido está siempre alerta, intentando apoderarse de la mente de los humanos. El refrán de “muerto el perro se acabó la rabia” suena muy mal, porque no está referido a los canes sino, con todos los respetos, a las personas. Pero es cierto que suele pasar así. Uno pierde a un amigo y parece que con él se fueron todos los recuerdos, todos los momentos agradables compartidos incluso con las respectivas familias. Pero no es así, porque lo que el amigo que se va para siempre sembró debe seguir siendo cuidado por los que quedamos, sobre todo, porque de esa manera permanece fresco y vivo el recuerdo. Soy de los que procuran mantener vivo el recuerdo de mis buenos amigos ausentes. Al menos una vez al año, normalmente en Navidad, suelo ponerme en contacto con sus viudas o con personas de su familia o de su entorno. La viuda de Eusebio Ríos, de Manolín Carreño, de Chus Laría, de Juan Heredia, de Joaquín Serra, de Paco Vílchez y de muchos más que fueron amigos entrañables, reciben mi llamada y, por muchos años que pasen, la emoción surge y el recuerdo toma vida. Lo seguiré haciendo mientras tenga lucidez para marcar un número de teléfono. Hace pocos días se cumplieron 15 años de la muerte de mi entrañable amigo Juan Salcedo Lorite, el popular e inolvidable hostelero Juanito Salcedo. Conté que en una ocasión me “amenazó” con enviarme un helicóptero, con el vértigo que yo sufro, si no asistía a sus jornadas gastronómicas, que fueron pioneras en nuestra provincia. Y no solo asistí, sino que estuve presente en ellas con mi familia durante más de 20 años, incluso varios años después de haber fallecido, porque su entrañable familia, a la que estoy agradecido, Luisa, su esposa, y sus hijos Damián, Pedro y Juan Luis, así lo quisieron. Y su familia y la mía compartimos, al menos una vez al año, una jornada afectuosa en la que Juanito siempre estuvo presente el recuerdo. Desde hace poco tiempo, me entero de la celebración de las famosas jornadas por el periódico. Y siento nostalgia de ese día, aunque el recuerdo de mi amigo Juanito no se difumina por eso lo más mínimo.