Libertad ¿de qué?

11 ene 2019 / 08:50 H.

Bajo esa tapadera que en estos tiempos es eso que llaman libertad de expresión, hay que ver la cantidad de basura que se cubre. Yo nací antes de que se instaurara la Dictadura franquista y muy joven empecé a publicar mis chistes en el viejo Diario JAÉN, que, precisamente, cuando yo entré acababa de estrenar director. Miguel Ángel Castiella acababa de relevar a Fausto Fernández de Moya, primer director de nuestro periódico. Miguel Ángel era un aragonés de pura cepa, un baturro “cabezón”, como él mismo decía, que gustaba de llamar al pan pan y al vino vino, aunque él le pegaba más al coñac. Tenía un pasado falangista, pero eso no era obstáculo para ser amigo de poner los puntos sobre las íes en su sección “La Torre del Concejo” que se hizo muy popular. De ahí que, tras sus duros enfrentamientos con Santiago Bernabéu —presidente del Real Madrid— y con el gobernador civil, Felipe Arche, y el obispo, Félix Romero Menjíbar, tuviese que hacer la maleta y marcharse de nuestra ciudad. Miguel Ángel falleció muy joven, a los 42 años. Durante sus años de dirección de JAÉN, yo publiqué centenares de chistes y viñetas. Después, llegó a la dirección del periódico, de manera provisional y con el encargo de recomendar quién podría dirigir Diario JAÉN entre los redactores que había en aquellos tiempos, llegó Francisco Villargordo que sólo estuvo tres meses en su cargo. Él fue quien —estando yo en Madrid, en el servicio militar— me propuso crear un personaje fijo que protagonizara mis chistes y nació Manué. Su sucesor en la dirección del periódico fue José Chamorro Lozano y fueron, yo diría que miles, los chistes de este personaje los que se publicaron y creo recordar que sólo dos de ellos los mandó José Chamorro a la papelera. Y eso que entonces esta libertad de expresión tan libertaria estaba muy lejos de ser una realidad. Cincuenta años después, sin dejar de escribir un solo día comentarios ni publicar chistes —buenos, regulares y malos— puedo decir que jamás he recibido una denuncia, una queja, un malestar de nadie. Al menos nunca han llegado a mi conocimiento. Tal vez porque nunca he necesitado insultar, ofender ni ridiculizar a nadie para tratar de arrancar una sonrisa. Quizás haya sido porque entiendo que la libertad de expresión la rigen la conciencia y el respeto. El humor siempre debe ser blanco y limpio.