Lehman Brothers

    03 oct 2023 / 10:15 H.
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    En el recién concluido mes de septiembre se han cumplido 15 años de la quiebra bancaria más emblemática del último siglo, la del banco estadounidense Lehman Brothers. La imagen que durante aquellos días nos transmitió la prensa escrita y los informativos de televisión, era la de unos jóvenes bancarios saliendo del edificio central de la entidad con unas pequeñas cajas en las que transportaban sus efectos más personales. Sí, esa fue y seguirá siendo la imagen icónica de aquella Gran Recesión que se inició en 2007, aunque no se tuvo conciencia colectiva de la misma hasta la quiebra de este banco en 2008. De la “Crisis del 29” el imaginario colectivo guarda en sus retinas a unos elegantes banqueros y empresarios —con frac, pajarita y chistera— arrojándose al vacío desde los más altos rascacielos neoyorquinos ante la evidencia de su ruina. Ya ven, se trata de resumir en una sola imagen la complejidad de una situación económica tan agónica como la experimentada en estos dos momentos históricos.

    Desde hacía más de un año se habían empezado a producir avisos de la tormenta económico-financiera que se nos venía encima. Sin ánimo de ser exhaustivos, podemos recordar la suspensión de pagos del New Century en abril de 2007; la quiebra de dos fondos de inversión del banco Bear Sterns en julio; la declaración de suspensión de pagos del American Home Mortgage —décimo banco hipotecario de USA— en agosto; el desplome en la bolsa londinense del banco británico Northern Rock —quinto del país por hipotecas concedidas— en septiembre; el Citigroup —primer banco de EE UU— cierra 2007 con la peor cuenta de resultados trimestral de su historia; en julio de 2008 Indymacbank —segundo banco hipotecario americano— pasa a ser controlado por las autoridades federales; ya en septiembre se intervienen las compañías hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae y, como traca final, quiebra Lehman Brothers y entra en crisis AIG, la mayor aseguradora del mundo.

    Cuando revisamos la hemeroteca de 2007 y 2008, comprobamos que se empieza hablando de desaceleración de la economía, de enfriamiento o de final de la etapa de auge. Con posterioridad, ya se califica de crisis y de recesión, para terminar asemejando aquella coyuntura con la de las peores crisis de la historia reciente, tales como la “Crisis de los 70” —la del petróleo— e, incluso, con el “Crack del 29”. El profesor Juan Velarde lo resumió magistralmente en un artículo publicado en ABC el 15 de septiembre de 2008: “Hace poco más de un año que una conmoción en los mercados financieros mostró que el bramido del oso bajista liquidaba el impulso del toro alcista en la economía mundial, del que no podía escapar España”.

    Entre 2003 y 2007 el mundo vivió una fuerte expansión: crecimiento del PIB, incremento del crédito, aumento del endeudamiento de los agentes, tipos de interés reales negativos —menores que la inflación—, baja percepción del riesgo por los mercados, elevado crecimiento del precio de los activos, ola de innovación financiera sin precedentes, débiles controles -hipotecas subprime (de alto riesgo)-, precios de la vivienda al alza y consiguiente burbuja inmobiliaria, etcétera. Cuando vimos que el “castillo de naipes” se derrumbaba, fuimos conscientes del largo período de desequilibrios y de excesos en el crecimiento del crédito, de los elevados apalancamientos —endeudamiento— corporativos, del injustificado aumento del precio de los activos, de la opacidad de algunos instrumentos financieros y de la reducida percepción del riesgo por parte de los agentes. Ya en 2008 llegamos tarde, puesto que la crisis se extendió desde los bancos hipotecarios a todo el sistema —bancos de inversión, aseguradoras, agencias de rating (de calificación financiera) e inmobiliarias— y, claro está, al conjunto de la economía global, estallando la Gran Recesión, de la que la población se enteró con la mencionada icónica imagen de los “jóvenes cachorros de Wall Street” con la cabeza gacha y sus pertenencias personales en una caja de zapatos. ¿Hemos aprendido? Sí, creo que sí. No obstante, la ambición nos llevará a cometer nuevos errores históricos: “Tiempo al tiempo”.

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