Las vergüenzas del tranvía

23 sep 2017 / 10:12 H.

Quizá la vergüenza sea una nueva energía renovable que ponga en marcha el tranvía de Jaén. No es una energía limpia, necesita varios procesos de transformación, deja residuos tóxicos, pero, a la postre, “combustiona.” La inauguración del metro de Granada escuece. Los granadinos ya viajan en él desde el pasado jueves y aquí estamos pendientes de una nueva auditoría técnica para comprobar cómo de mal está la infraestructura. Desde que Fernández de Moya sentenciara que él no se montaría nunca en el tranvía, nadie en el PP le ha llevado la contraria en la acción de Gobierno. Palabras muchas. Aunque como atrezo el tranvía funciona bien. Es como los decorados del lejano oeste en el desierto de Almería, se necesitan para dar credibilidad al relato de forajidos, pero son de cartón piedra. Aquí, el Ayuntamiento utiliza el tranvía como decorado de una ciudad futura que nunca llega. Está plasmada en la documentación de ayudas, en bocetos que se envían a despachos en Madrid o Bruselas, pero hasta aquí se puede leer. De hecho, el propio alcalde Javier Márquez, en un alarde dialéctico, es capaz de hablar de corrido, sin frenos, sin cambiar de marcha, media hora de los planes de movilidad de ese Jaén del futuro, que solo puede ver él, sin mencionar la palabra tranvía. Como si al pronunciarla tuviera que pagar derechos de autor o con su formulación invocara al mismísimo Belcebú. Repita conmigo: “Tran-ví-a”. Una vez más, sin miedo: “Tran-ví-a”. ¿En alemán?, de acuerdo, como prefiera: “Tram”. Mejor, más corto y más rápido. Y así seguimos con unas pruebas en blanco eternas, la puesta a punto más exigente. Nuestro particular cohete a la luna. Y la ciudadanía con la sensación de que el tranvía es un fantasma, que se apareció una vez y que ahora pena cada noche en forma de chirirido, para recordarnos su presencia. Al calor del debate que viene, el PSOE, en boca del parlamentario Julio Millán, anuncia una partida presupuestaria “específica”, en 2018, para el tranvía de Jaén. No sabemos su cuantía ni se avanza en un nuevo escenario de financiación, que es el quid de la cuestión, el cambio de agujas determinante. El PSOE siempre tendrá como condena que una vez realizada la inversión fuera incapaz de dejarlo encarrilado. Las prisas electorales fueron lo único que fue rápido en este tranvía.

El independentismo también tiene prisa. La batalla parcial de la imagen ya la ha ganado. La mayoría silenciosa aguarda acontecimientos. Una vez quebrantada la ley, el Gobierno tendrá que ser cuidadoso con las formas, porque, de momento, las provocaciones es mejor dejarlas pasar. De ahí la importancia de una acción política coordinada con PSOE y Ciudadanos. Podemos opta por las barricadas, una vez que no pudo comerse al PSOE, sabe que la agitación en la calle es suya, aunque su tremendismo le aparte del Gobierno y de la realidad. Pablo Iglesias, por fin, ya tiene unos presos políticos homologados según su docto criterio y España es un estado antidemocrático y opresor. Punto. Paisaje de autor. Pasado el 1-O habrá que trazar un nuevo camino que planifique con garantías democráticas lo que todo el pueblo catalán quiera ser. Sin una parte por el todo. Mientras tanto que patria más chica, y corta de entendederas, la que señala a los que piensan distinto, a los que se permiten disentir en público. Una pasión no puede cegarlo todo. Una patria triste cuyos fanáticos se permiten catalogar al escritor Juan Marsé de “renegado”. Hay un mal disimulado supremacismo social, en lo que todo lo español es de menor calidad, rancio, de baja categoría. Esa es la reducción que abrazan con fe mientras otros la alientan. “Las democracias se hacen con ciudadanos. Las patrias viscerales necesitan extranjeros, enemigos, traidores, apóstatas. Renegados. Nada define mejor una patria que la designación de un enemigo”, escribe Muñoz Molina en defensa del escritor que en el franquismo era anti-español. Y acaba: “Todo esto es de un inmensa tristeza, de un aburrimiento insufrible”.