Las lenguas de España

22 sep 2023 / 09:14 H.
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España es un país complejo. Lo ha sido a lo largo de su historia. Se configuró como la primera nación moderna, surgida de las cenizas de la Edad Media, y germinada tras una situación derivada de una invasión musulmana de siete siglos. La desintegración del latín es paralela a la que se vivió en países como Italia, si bien la unificación italiana responde a momentos muy distintos, y de ahí que el milanés o el napolitano se consideren internamente dialectos, siendo sin embargo lenguas. Aquí la cosa es distinta. Para empezar, la España de finales del XV propició la llegada de los europeos a América, y durante tres siglos ejerció como la nación más poderosa del planeta. A partir del siglo XVII el castellano se convierte en español y se impone en la península, relegando lamentablemente a las otras lenguas a un lugar marginal, hasta nuestra reciente democracia. Como bien se sabe, el catalanismo se empeñó en 1978 en que en nuestra sacrosanta Constitución apareciera el término castellano en vez de español. Y como es sabido también por filólogos y especialistas, el término castellano dejó de utilizarse a partir del siglo XVII para renacer en el siglo XIX al calor de los nacionalismos, sobre todo el argentino en América, y el catalán en la península, diferenciando España de lo español y distinguiendo sus propias identidades nacionales. La España del siglo XVI es muy distinta a la del XIX... En cualquier caso voto fervientemente para que se potencien públicamente en las instituciones las distingas lenguas de España, así como modificar el artículo 3 de la Constitución, quitar castellano y decir español. El castellano es otra cosa, por muy políticamente correctos que nos pongamos, y cualquier filólogo sabe a lo que me refiero. Así que una cosa no quita la otra. Las identidades contemporáneas se construyeron a través de los nacionalismos del XIX. En nuestro caso, con las ruinas de un Imperio, la España del XIX tuvo que afrontar sus luchas intestinas, una vez que los territorios americanos se independizaron. En la península, todas las lenguas poseen una feraz tradición y una literatura encomiable. No podemos olvidar que una lengua es el signo identitario —aunque no el único— más fuerte de una cultura. El franquismo y otras épocas represivas silenciaron públicamente el catalán, el gallego o el vasco, pero en privado y en ámbitos familiares siempre sobrevivieron. ¿Por qué no? ¿Quién va a prohibir que yo en mi casa, a la hora de comer con mis hijos o con mi esposa, hable el idioma que a mí me dé la gana? Cuanto más se prohibieron, más sobrevivieron, diría el amigo Rajoy con sus habituales trabalenguas. Sobre todo para la burguesía catalana... Ahora que se va a cumplir el primer tercio de siglo XXI, necesitamos que España se actualice en este asunto decisivo y normalice su plurilingüismo y su identidad nacional plural, para darle sentido. Por tanto, es lógico que se hablen otros idiomas en el Congreso, aparte del español. España es un país plurilingüe y a nadie le debe molestar que se usen con libertad y se protejan los idiomas que nos pueblan. De hecho, hay que potenciarlos y enorgullecerse de ellos. Desarrollarlos. Es nuestra riqueza, así que vamos a articular de una vez por todas el Estado y congeniar las diferentes identidades lingüísticas, darles voz allá donde tengan que tener voz, para que hablen y sean escuchadas.

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