La “teclas” de Gregorio

04 oct 2017 / 10:16 H.

Con cierto asombro descubrí hace unos días que la Seguridad Social mantiene aún en sus presupuestos una partida para asegurar “dos revisiones al año de limpieza y engrase y todos los avisos necesarios para mantener las máquinas de escribir en perfectas condiciones de trabajo, todas las piezas y los desplazamientos necesarios”. En un mundo de ordenadores parece un escenario distópico, cuanto menos, imaginar a los funcionarios “luchando” tecla a tecla con una pieza de museo marca Olivetti o similar. Pero así es. Parece que siguen existiendo formularios de cotización de sectores que no están informatizados. Mientras leía la noticia no pude evitar recordar aquellos tiempos de academias de mecanografía —de las que fui alumno como muchos chavales de la época— o, claro está, las empresas dedicadas a la venta, alquiler, cuidado y mantenimiento de las máquinas de escribir. Un aparato con nombre casi poético que no tiene parangón entre los cachivaches que han ido desapareciendo a nuestro alrededor. No existieron máquinas de leer, de pensar, o de meditar, pero sí de escribir. Los opositores eran clientes habituales. Tras alquilarlas se convertían, tecla a tecla, en sus amancebados amantes. Las mimaban con el mismo cariño que a sus propios dedos, ya que eran el vehículo para alcanzar un futuro económicamente estable. Y los estudiantes que podíamos presentar un trabajo mecanografiado éramos “de otro nivel” frente a los que lo garabateaban con su mejor letra. Tiempos hubo en que una portátil era un excelente regalo de Primera Comunión. En aquel universo sobresalían quienes, como “Mecanográficas Gregorio”, daban un completo servicio al usuario en aquel Jaén que hoy se nos antoja lejano. Pero ahí siguen metamorfoseando las máquinas de escribir en fotocopiadoras, impresoras y otros artilugios propios de las nuevas crónicas. Las “teclas” de Gregorio han sobrevivido al tiempo y es como si asomaran a aquel futuro soñado de los opositores dándoles el servicio que hoy, alcanzada la plaza, necesitan. Gregorio, padre e hijo, forman parte de nuestra pequeña historia, de nuestras escrituras, de nuestras vivencias. Y eso no tiene precio. Gracias, amigos.