La sobrina
de mi tía

13 mar 2019 / 11:17 H.

El pasado 8 de marzo, tras un paseo por las calles junto a miles de mujeres, entré en Facebook, cosa rara en mí, y me di de bruces con estas palabras de una conocida de la que no quisiera dar datos... “El derecho a decidir de esa panda de cerdas debería limitarse a su asquerosa vida. ¿Qué clase de lucha es esa que solo pelea por los derechos y privilegios de prostitutas, bolleras, taradas y degeneradas, mientras abandona a la mujer tradicional?”. Reconozco que me pilló a contrapié, porque en la vida no-virtual esta mujer es bastante correcta. Y pensé que al final lo habían conseguido; odiar al adversario. Decía el escritor ruso Antón Chéjov: “El amor, la amistad y el respeto no unen tanto a la gente como un odio común hacia alguna cosa.” Un odio instado desde la práctica política y generado por mentiras, verdades a medias o argumentos sin concreción. Antes, cuando se descubría el engaño de los charlatanes los echaban del pueblo. Ahora parece que no estamos inmunizados frente a la charlatanería, porque sus votantes tienen claro que van a votar a su charlatán y punto. El odio solo se combate con amor y a la mentira solo se la puede ganar rebatiéndola con la verdad. Aunque sea agotador.