La singularidad de un pueblo andaluz, manchego y serrano

05 abr 2017 / 11:23 H.

Ahora que tanto se viene oyendo en boca de tirios y troyanos la necesidad de abrir desde Jaén la vía más adecuada para alcanzar el llamado Corredor Mediterráneo y, así, acercarnos más a Europa, recuerdo cómo, en torno a los primeros años de la década de los noventa del siglo pasado, la Fundación Endesa, desde Sevilla, presentó un proyecto de comunicaciones que, teniendo a la provincia de Jáen como punto de salida, uniera Andalucía con el Corredor Mediterráneo. El proyecto contemplaba la construcción de una autovía que, partiendo de Linares, atravesara la comarca del Condado y se uniera a la carretera nacional Córdoba-Valencia, más allá de la localidad de Sorihuela del Guadalimar. En los municipios de esta comarca hubo euforia pensando en el futuro de una zona tan olvidada y menospreciada en la historia. Ahora ha vuelto el proyecto, aunque la mirada se ha puesto en los pueblos de La Loma, proyectando la autovía partiendo de Úbeda. Y si comienzo con estos recuerdos de viejos proyectos no cumplidos es para destacar el lugar estratégico en el que está situado este pueblo por el que hoy vamos a pasear. Sorihuela del Guadalimar es “un pueblo andaluz, manchego y serrano”, como lo definió Ildefonso Uceda Montoro para quien esta “noble, hidalga, silenciosa, tiene elementos de todas esas comarcas, aunque no se identifiquen plenamente con ninguna de ellas”. Para este escritor sus vecinos, son “gentes sencillas, trabajadoras, hospitalarias y conversadoras”. No se equivoca. Sus palabras son certeras.

En la cartografía de los 55 kilómetros cuadrados del término municipal de Sorihuela del Guadalimar, el viajero podrá encontrar una síntesis entre las comarcas de la serranía de las Cuatro Villas, de La Loma y del Condado. Aquí, en este pueblo escondido en el mapa provincial, está el vértice de un triángulo en el que, a un lado, se levantan las suaves lomas que desde Úbeda van a dar a Villanueva del Arzobispo, tocando también la serranía de la sierra mancomunada de Las Villas, por donde corre el Guadalquivir. El otro lado del triángulo lo conforman las tierras del Condado, regadas por las aguas “coloreadas de ocre”, del Guadalimar. Aquí se saludan y despiden Sierra Morena y Sierra de las Cuatro Villas, parte del macizo montañoso segureño.

Visto desde arriba, el casco urbano parece la proa de un barco que navega entre olivos y pinares, ocupando el dorso de la loma de Chiclana hasta el Guadalimar, sobrepasando el río hacia el este en la zona de la Campiña, cerca de la carretera nacional 322 y asomándose, por el norte, al Condado. Sus cerca de mil doscientos habitantes viven en la ladera de un montículo, coronado por un torreón de origen árabe.

Las tierras de su territorio está ocupadas por masas forestales casi en el cincuenta por ciento, y el resto del término lo ocupan tierras de cultivo, con predominio del olivar.

Sorihuela es una de las “Cuatro Villas”, junto con Villanueva del Arzobispo, Villacarrillo e Iznatoraf, ciudad esta última de la que se fueron segregando las tres restantes, siendo Sorihuela la última en hacerlo. Su independencia jurisdiccional y su título de villazgo fue concedido en 1595 mediante una Real cédula de Felipe II y por el sistema de compra, algo habitual en aquellos años en los que las arcas de la corona estaban vacías. La población quedó entonces hipotecada hasta el punto de echarse en los brazos del señorío de la casa de los Cobos, hasta que en 1603 fue rescatada y anexionada al Adelantamiento de Cazorla, señorío de la mitra de Toledo, que respetó su independencia y al que pertenecía, como sucedía en las otras tres villas, conocidas como “allende el río”, solo en lo civil, ya que pertenecían a la jurisdicción eclesiástica del obispado de Jaén. Varias han sido las conjeturas sobre el origen del nombre de la población, Sorihuela. Para unos el nombre hace alusión a sus primeros pobladores tras la conquista castellana, al parecer, procedentes de Soria. Según esta teoría su nombre seria “ la pequeña Soria”. Otros indican que es una palabra compuesta por “Sor” y de “Hijuela”, y sería la hijuela testamentaria de una religiosa. Todo hace indicar que la teoría más cierta es la primera. En el siglo XX se le incorporó el nombre del río Guadalimar para distinguirla de otra población con idéntico nombre en la provincia de Salamanca.

Un paseo por este pueblo invita a conocer lo poco de patrimonio con que cuenta, siendo el edificio más señero el templo parroquial, dedicado a santa Águeda, patrona de la localidad y cuya construcción comenzó en 1571 a instancias del obispo Francisco Delgado, quien no escatimó medios económicos, poniendo como maestros a los más afamados de la época, como Alonso de Barba y para el retablo a Sebastián Solís.

Con una simple mirada al interior del templo podrá adivinar el viajero que tiene una parte suntuosa, pero no el resto. La razón es que, el sucesor de este obispo, el carmelita Sarmiento de Mendoza, mandó parar las obras y pidió se hicieran con más sencillez, algo que también hizo en otros templos que en esos años se estaban construyendo.

La memoria histórica e íntima de este pueblo tiene también sus destellos en los restos del castillo, construido en el año 886 por los musulmanes y usado tras la conquista castellana como torre vigía.

La memoria más reciente, fruto del auge de población y del clasismo que se extendió entre los siglos XIX y XX, tiene su impronta en algunas casas, como las que se aprecian en la calle Mayor o la más conocida, la casa de José Tamayo, en la plaza de la localidad, construida en 1782.

Y un lugar emblemático para concluir el paseo está a tan solo tres kilómetros, en el llamado “Cerrico Pelón”, en donde se levanta la ermita dedicada a Santa Quiteria, advocación muy asentada en el alma de los sorihueleños.