La semilla del café

12 mar 2019 / 18:05 H.

A escasos metros de la Catedral, paseaba un frío día de invierno por un dédalo de calles estrechas con sabor a historia antigua, recorría el conjunto histórico de la ciudad a media tarde y me apeteció tomar un café, entré por casualidad en la acogedora atmósfera de una cafetería cercana. Observé con atención sus reducidas dimensiones y me evocó, con su interior de madera oscura y ambiente de escritura barroca que encarnaba el espíritu del café Franz Kafka de Praga. Tuve suerte y me senté en una mesa de la esquina que miraba a la calle La Parra. Me pasé casi dos horas mirando a la gente y garabateando algunas líneas en un bloc, la cremosa plumita y el aroma evocador de una taza de buen café me supieron a gloria. Salí con la intención de indagar en la compleja cultura del café. Miraba la fachada para conocer el nombre de la cafetería cuando un conocido me abordó y sin mediar palabra me aclaró que esa era la “Colombiana” que luego cambió de nombre, y que era una empresa de éxito contrastado. Sobre la marcha le comenté que lo primero que me había llamado la atención durante la visita, fue que me pareció un templo del buen café, confortable y entrañable, favorecido por la amabilidad de los camareros. Hablando con uno de ellos, supe que la primera cafetería se regentó en la Avenida de Madrid por el patriarca de la familia y que el negocio fue creciendo con unos hijos que supieron rodearse de la filosofía del café de alta calidad, a medida de un cliente exigente que le gusta las cosas bien hechas. Como vi que conocía los entresijos de la cultura cafetera, amablemente le rogué que me hablara del color, sabor y aroma de la rica variedad de cafés, entusiasmado empezó a decir que el grano del café es la cereza que produce el cafeto, arbusto que da frutos durante la floración, en los valles y terrazas de cultivo del eje cafetero colombiano, poblado de enormes hectáreas de cafetales ubicados en una latitud ideal: 1.200 metros de altitud y 22 grados de temperatura. Otros destinos remotos cuna del café, dijo, se hallan en el África subtropical: Kenia y Etiopía, donde se da la variedad Arábica: mejor calidad, más digestivo y con la mitad de cafeína que la robusta. Indicó que a la mezcla de cafés Arábica y Robusta, la denominan cafés Blend y que recolectan dos cosechas al año: octubre y abril. Mencionó las cualidades del Colombia Supremo, el descafeinado cien por cien natural, del Colombia Excelso, del Kopi Luwak, el más cotizado del mundo, elaborado en Sumatra y Java. Respiró hondo y citó el logotipo y el espíritu de Juan Valdés, personaje ficticio, inspirado en un jesuita español llamado Francisco Romero. Apuntó que el precio del café lo marca cada día la cotización de la bolsa en Nueva York; que hubo grandes cafeinómanos como Beethoven, Bach, Balzac y que en el siglo XVI el Vaticano la declaró bebida satánica. Escuché con atención al camarero que reafirmó mi creencia de que una cafetería así es espléndida porque mezcla un estilo clásico y moderno que hace que un público heterogéneo, en multitud de ocasiones, espere arremolinado en la puerta. Solo una pena me ha quedado de esta historia y es que un día volví para ocupar una de las cuatro mesas de mi café Kafka: me apetecía sentarme a mirar hacia la calle por uno de los dos ventanales, pero solo observé un cartel que rezaba: “Cerrado por reformas”.