La palidez presente

06 dic 2023 / 10:00 H.
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De la vitalidad que proyectaba el tiempo pasado, hemos pasado a una actitud generalizada, cargada de una culpabilidad reveladora, que se agita para recordarnos la conciencia de la culpa, la intemporalidad del bienestar y la necesidad de sacrificio con el que conseguir un improbable mañana que se ve amenazado por un peligro que se ciñe a la cintura con una letal convicción, plagada de canciones tristes que hablan de una falta de identidad y de un desarraigo moral que se ha vuelto mítico por omnipresente. Doblemente atrapados, vivimos en medio de un espíritu laxo que no se renueva, lo mismo que la imagen social que trata sin éxito de dar respuesta a interrogantes que plantea la palidez de un presente demoledor. El presente evoca las grandes líneas rojas traspasadas que condujeron a pueblos atribulados a rebelarse. Habría que restablecer los tiempos de héroes aferrados a una herencia cultural inequívocamente útil que estuvo en constante evolución, pues supo implantar las bases de una transición que encontró en la convivencia el modo de que no nos despedazáramos entre nosotros.

Miro el horizonte y veo que hace frío en los sórdidos arrabales que muestran sus costurones junto a ríos de melancolía que se ofrecen o esconden a conveniencia, como meandros deslavazados por decisiones políticas que hablan ruso y mandarín y promueven el odio y la estulticia humana. Existen ámbitos donde se alzan voces en contra y ya no caben razones tibias que nos avergüencen, porque como de costumbre, los tópicos envenenados se convierten como siempre en esa otra solución populista que siempre funciona, pero que todo el mundo sabe que está fuertemente influenciada por la ausencia de razonamientos y eso da lugar a hechos impropios de una feliz convivencia. Me fascina el laberinto que simula parecerse a algo llamado calidad mínima de vida y quisiera volver al análisis del tiempo de las promesas incumplidas y de las ensoñaciones perdidas. Vivir sin orgullo, con prejuicios, humillado, vencido y expuesto a un torrente de prestamistas cuya usura se recorta tras una silueta de acero y cristal, es reencontrarse a diario con un universo social impregnado de una fuerte dosis de burla y desencanto. Es esta una reedición de hechos premonitorios que hablan de crisis continuas que, bajo una superficie de aparente naturalidad, no permiten acceder a vías útiles de entendimiento, de hecho, son muchos los inconvenientes que anulan la voluntad de reclamar lo conveniente. El aire huele a despedida, a desánimo que justifica la palidez presente; quizá sea este el fin de un testimonio que conserva y destruye a un tiempo la esperanza y ese modo de vida que fija la forma en la que cada cual debe salir adelante como buenamente pueda. Quizá se trate del fin de un prolongado y fallido romance colectivo, enraizado en el trasfondo de un periodo de tiempo autodestructivo. Recurro a la irónica idea de que las cosas que hacemos siempre deberían mejorar aquello que se hizo mal. Echen una ojeada y díganme si el mundo multipolar recién formado, se ha convertido en una obsesión personal o es que realmente estamos asistiendo, de manera irresponsable e indiferente, a una palidez que cubre gran parte de nuestra verdadera identidad y nos parece de lo más normal. ¿De qué vale entonces lo que hago o aquello que reflexiono y digo, si lo trascendente pinta de un color que no me es propio?

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