La inigualable

13 may 2019 / 16:32 H.

Había que esperar “El País” del domingo, “el colorín”, que decía Francisco Umbral, finales de los 70, para leer la entrevista de Rosa Montero. Nadie ha hecho las entrevistas como Rosa Montero. Ella escribía largas respuestas del personaje, que parecían extraídas literalmente de la grabadora, y describía al entrevistado de una manera aparentemente objetiva para reflejar su personalidad. E incluso ir más allá: para mostrar su alma. Formuló una entrevista memorable a Harrison Ford, en los estudios de Hollywood, cuando Indiana Jones arrasaba en las taquillas de los cines de todo el mundo. Fue una entrevista llena de admiración y simpatía, que concluía con Rosa Montero perdida por aquellos estudios inmensos, entre oscuridad y grandes decorados, pero de pronto aparece Harrison Ford, ahí estaba él, como el héroe de aquellas películas, para salvarla. La cogió de un brazo y la condujo hasta la puerta. O una entrevista feroz a Raphael, durante un remoto mes de agosto, en la que Rosa Montero dejó sin editar las respuestas de Raphael, puso las frases tal cual él las dijo, y así lo advirtió en la entradilla, en una entrevista furiosa, que se dulcificó sustancialmente años después en una nueva conversación entre ambos.

Antes de llegar a “El País”, Rosa Montero ya había publicado un libro de entrevistas formuladas a principios de los 70, ella muy joven. Había una entrevista durísima con Santiago Bernabéu: aquella chica feminista –cuando el feminismo no estaba nada extendido- no conectó en absoluto con el viejo patriarca del Real Madrid de grandes pantalonazos sujetos con tirantes. Rosa Montero frecuentaba en esos años el pub “El Avión”, que estaba en el barrio de Salamanca, de Madrid, cerca de los estudios de Radio Cadena Española, un bar en el que se bebía cerveza o gin tonic mientras se masticaban pipas, con un avión colgado del techo y un pianista lleno de melancolía. Allí iba Rosa Montero, entre otros, con Francisco Umbral, que empezó ensalzándola mucho como periodista y escritora en sus artículos bajo el epígrafe de “Diario de un snob”, artículos por los que cada día pasaban en negritas los nombres propios que hicieron la Transición, porque Umbral fue el gran cronista de la Transición, allí iba, decíamos, Umbral con Rosa Montero, a la que, sin que se sepa el motivo, terminó llamándo Rosita con cierto tono despectivo.

Rosa Montero es actualidad porque se acaban de reeditar dos libros suyos, que antes fueron artículos o entrevistas en el periódico, durante aquella época luminosa en la que Manuel Vicent aseguró que la mejor prosa estaba en los periódicos. Otros tiempos. Se trata de ‘El arte de la entrevista’ (Destino) y de ‘Historias de mujeres’ (Alfaguara), un clásico de la literatura feminista, libro en el que Rosa Montero habla de María Lejárraga, Zenobia Camprubí o Agatha Cristhie, entre otras. Además la pasada semana se estrenó en Madrid una versión teatral de la novela de Rosa Montero ‘La ridícula idea de no volver a verte’, una historia desgarradora sobre la pérdida.

Ha dicho Rosa Montero que no hará más entrevistas, porque es un género que, en su opinión, consume mucha energía, y ella asegura necesitar esa fuerza, entre otras cosas, para leer, porque considera que precisaría de dos vidas más para leer todos los libros de interés que tiene pendientes. Rosa Montero escribió “La loca de la casa”, novela controladamente disparatada en la que la protagonista se pierde continuamente por los pasillos del laberíntico rascacielos de la Plaza de España, de Madrid, en busca de un apartamento, un relato que repite varias veces la misma situación pero con distintas soluciones. Y en “Amado amo”, en 1988, libro injustamente olvidado, describió antes y mejor que nadie el mobbing laboral.

La relectura de “El arte de la entrevista” nos volverá a ubicar ante aquellas entrevistas eléctricas, deliciosas y punzantes de Rosa Montero, que en aquellas lejanas madrugadas bebía cerveza y comía pipas en el pub “El Avión”, mientras el viejo pianista de chaqueta gris interpretaba “Doctor Zhivago” mezclado con crónica del desamor.