La “ele” del abecedario jaenero

26 feb 2017 / 11:25 H.

Empiezan por “ele” palabras ancladas en los más puros genes jaeneros, tanto como que no hay sol sin labor ni labranza en la tierra del bosque olivarero más grande del mundo, mismamente como se conoce a los capitalinos como lagartos por eso de la leyenda de la Magdalena y no solo por eso, que también porque lagartearse está de moda entre aquellos clanes advenedizos que más cuadran con los ociosos indeseables de Cernuda (“Hoy nos levantamos / contra vosotros todos / contra vuestras leyes / contra vuestra moral / contra vuestro dios / contra vosotros mismos / vientres sentados. / La verdad está en la lucha y en ella os aguardamos / vientres sentados / vientres tendidos / vientres muertos”). Está el “señor Jota” siempre apenado con ese barniz de complacencia que se nos impone, así las cosas quien habla alto y claro suena a ladrido, quien denuncia incluso puede ser tachado de ladrón. Es tierra de lamento Jaén, que para eso, para lágrimas y llantinas no hay coto, podemos llorar lo que queramos, así ocupamos nuestro tiempo en no pensar en el paro y la política, la política y las redes clientelares. Para lametazos bochornosos y grandilocuentes a la luz del día tampoco parece haber fin, sin sonrojos ni vergüenza. Qué se les puede decir a ustedes que no sepan y lamenten ahora que el “señor Jota” se empeña en subrayar en esta Contracrónica de febrero, la del Día de Andalucía que más alumbra lo poco que nos une a las provincias hermanas, lo mucho que nos distingue con lo que en ellas tanto reluce. Lamento tras lamento, si no llueve más, siempre mirando el cielo y el gotero; lamento lamentable por cuantas más heridas deje el atraso secular en infraestructuras y transportes, rémora pública de los parlamentos y los gobiernos que se hace crónica y afea hasta convertirse en insoportable para una sociedad que quiere, pero no le dan lo que necesita, que necesita pero no lucha lo que debiera (“queda prohibido no sonreír a los problemas, / o luchar por lo que quiero, / abandonarlo todo por tener miedo, / o convertir en realidad mis sueños”, escribe el joven poeta Alfredo Cuervo). La “ele” es la letra más puñetera de nuestro abecedario, es nuestro lamparón insistente, a poco que nos descuidamos, zasca, a lamentarse que es sinónimo de resignación y victimismo, de falta de combatividad y de dejarlo todo a la suerte de los dioses, a la tómbola de los políticos, a que los astros se alineen... Mientras tanto, vamos que nos vamos que hay que liquidar la aceituna, ahora que está fuerte el precio. “Ele” de liquidar para seguir sin ajustar cuentas, “ele” de lampante porque somos el patito feo de tantos guapos y “ele” de lamento que de tanto llorar secó el venero de la reivindicación. “Eles” tatuadas a fuego en la piel del Santo Reino como llagas eternas.