La economía

    22 ago 2023 / 09:02 H.
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    Tras la campaña electoral y los comicios del pasado 23 de julio, una gran mayoría de españoles han salido hartos, hastiados, ahítos, empachados, atiborrados y, claro está, desengañados de tanta economía —con minúscula—, de tantos datos estadísticos contradictorios —falsos y/o manipulados— y de tanta confrontación tomando la economía como excusa. Hoy quiero, en este vacacional agosto, reivindicar la Economía —con mayúscula—, como estudioso, como amante y como profesional que soy de una de las más bellas ciencias existentes.

    Sí, la Economía es una ciencia y la ciencia, como tal, equivale a “el saber”, dada su procedencia del verbo “scire” (saber). Para Aristóteles “la ciencia trata de lo necesario y de lo eterno” y para Platón “la ciencia es el más alto grado de conocimiento”. Por su parte, Schumpeter sostiene que: “Es ciencia cualquier campo de conocimiento que haya desarrollado técnicas especiales para el hallazgo de hechos y para la interpretación o la inferencia (análisis). En efecto, la Economía es una ciencia, ya que a través de una metodología determinada establece leyes, describe relaciones de causa a efecto y observa interrelaciones entre las partes de un todo. Además, es una ciencia empírica, ya que su conocimiento está basado en la experiencia del mundo real, bien como base para formular leyes —inducción—, bien como prueba para aceptar la validez de las mismas —deducción—. Su rasgo más característico es que se trata de una ciencia social, dado que el objeto de su conocimiento es la investigación de cierto tipo de acciones y relaciones humanas; en concreto, aquellas que desarrollan las personas para satisfacer ciertas necesidades de índole material. Por último, la Economía es una ciencia positiva, que aplica un modo de pensar causal y relativo a “lo que es”, cuando en ella reconocemos a la Teoría Económica, pero también existe la Economía normativa, la del “deber ser” —la Política Económica—, que contempla la deliberada variación de los medios con el objeto de alcanzar ciertos fines. Con todos estos elementos, dentro de las muchas definiciones que se han dado de la Economía a lo largo de la historia, nos quedamos con la del economista británico Lionel Robbins, que sostiene que: “La Economía es la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y medios escasos susceptibles de usos alternativos”.

    En la actualidad la polémica surge por el papel que haya de adoptar el Estado en la actividad económica, moviéndose las distintas posiciones entre los dos extremos del panorama político. Por una parte, los liberales sostienen que el papel del sector público debería reducirse a su mínima expresión, mientras que otros planteamientos ideológicos abogan por un intervencionismo activo del Estado en la economía. A este respecto, pienso que uno de los principales motivos de la intervención pública se justifica por lo que denominamos “fallos del mercado”. Así, el Estado debe asegurar la competencia, evitando la formación de monopolios, la existencia de prácticas comerciales ilícitas o la publicidad engañosa. También debe proporcionar bienes públicos —que se caracterizan por no ser exclusivos ni competitivos—, tales como el orden público o la defensa. Asimismo, el sector público provee de bienes sociales, los cuales deben ser garantizados a toda la población, como la educación o la sanidad. El Estado debe perseguir la estabilización económica, que exige la puesta en práctica de medidas de política económica que corrijan los desequilibrios económicos y sociales que se producen por la libre actuación del mercado. Y, cómo no, una función ineludible del sector público es la de propiciar una mejor distribución de la renta entre la población.

    La Ciencia Económica está para ayudar a los “policy makers” —los responsables de adoptar decisiones políticas— a conocer la situación de la economía en un determinado momento y a que comprendan las consecuencias futuras de sus actuaciones presentes o, también, las de su inacción. Eso sí, los economistas no tenemos, ni nos corresponde, una bola mágica ni un oráculo griego para adivinar el futuro.

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