La dominación masculina

27 feb 2018 / 09:34 H.

El sector de la cooperación al desarrollo ha sido actualidad en las últimas semanas por algunas denuncias de mala conducta sexual producidas por algunos de sus técnicos. Intermón y toda la Coordinadora de ONG para el desarrollo han pedido disculpas y condenado los hechos. Según estas entidades, se trata de hechos aislados y yo comparto esa explicación, porque estas actuaciones deplorables no deben empañar la extraordinaria labor humanitaria y de desarrollo que estas organizaciones realizan en los países en desarrollo. Pero antes de estos casos fue el caso Weinstein, que destapó el acoso sexual en Hollywood y hace una década los escándalos sexuales en la iglesia. Recientemente nos han “escandalizado” también los juicios ante casos de violación en grupos, como el caso de “La manada” y sucesivos casos de acoso sexual. Todo esto nos debería hacer reflexionar sobre la génesis de este tipo de comportamientos.

¿Qué lleva a estos jóvenes y a estos hombres educados en sociedades consideradas “igualitarias”, con leyes y códigos de conducta que emanan del respeto y la igualdad entre hombres y mujeres a actuar de esta manera? ¿Qué valores han interiorizado de todo esto? ¿Cómo se justifica que personas con valores solidarios, puedan aceptar como “normales” este tipo de conductas de compra de sexo, en algunos casos violaciones, y a veces acoso hasta conseguir sexo?

Hablamos del siglo XX como el siglo donde las mujeres han alcanzado la igualdad jurídica, derechos sociales, acceso a puestos de responsabilidad, han asumido protagonismo social y han roto roles y estereotipos. Pero la otra cara de esta realidad nos dice: ¿Cuántos hombres han aceptado que esto es así, sin cuestionamiento previo? ¿Por qué los hombres siguen aceptando como válidos comportamientos que podrían ser antropológicamente de hombres salvajes y sin socializar?

El sociólogo francés Pierre Bordieu escribió un ensayo titulado “la dominación masculina”, donde explicaba muy bien la lógica de la dominación masculina ejercida en nombre de un principio simbólico conocido y admitido tanto por el dominador como por la persona dominada. Según él, la división sexual es un principio básico de la violencia simbólica en la estructura social y de lo que considera dominación masculina. Esta claro que las actividades y actitudes tanto de mujeres como de hombres están diferenciadas por el género y se siguen reproduciendo en la familia, el Estado, la iglesia o la escuela. Pero lo que realmente resulta preocupante es que no desaparezca de nuestros códigos sociales y personales esa dominación masculina como forma de violencia simbólica que hace legítima la desigualdad entre los sexos. Ante toda esta realidad, ¿alguien duda todavía de las razones para hacer la huelga convocada por el movimiento feminista a nivel mundial el próximo 8 de marzo? Podemos utilizar todos los indicadores sociolaborales que queramos para medir la igualdad real entre hombres y mujeres, pero el mejor indicador para medir la igualdad en un país es el que mide la violencia sexual. Solo habremos alcanzado el nivel de equidad al que aspiramos en las sociedades avanzadas, cuando desaparezcan estas tendencias de utilizar el cuerpo de las mujeres como instrumento de dominación. Los jóvenes tienen que saber que no son más hombres coaccionando sexualmente a una mujer, y que serán más felices si se relacionan de igual a igual con sus compañeras.