La Constitución

06 dic 2017 / 10:54 H.

Confieso honestamente que no he leído la Constitución española. No he llegado al final de los 169 artículos que la componen. Pero cuando empecé a leerla, entendí que la Carta Magna era como los mandamientos de la ley de Dios, y sabemos que los mandamientos se encierran en dos. Creo que todo ese articulado de la Constitución también puede reducirse a dos o tres conceptos y, si me apuran, a uno solo: a ser honesto. Pienso que, cuanto más artículos tiene una ley, más recovecos ofrece para eludirla y para burlarla. Porque de siempre se ha dicho que, quien hace la ley, hace la trampa. Y los hechos nos confirman que esto es una verdad como un templo de grande. Me viene esta meditación hoy, Día de la Constitución, una fecha memorable e histórica que significó la renuncia de intereses partidistas particulares para que en España reinara la paz, la concordia, la democracia.

Solo había que esperar a que el tiempo discurriera para comprobar que los descendientes de aquellos políticos que hicieron el sacrificio de renunciar a parte de sus ideales para crear una Constitución la fueran destruyendo, vulnerando, burlando e ignorando siempre con el mismo afán de hacerse un pijama a medida que les permitiera dormir a pierna suelta. Y fue resurgiendo la corrupción política que reinó en España en tiempos de la República, porque, desgraciadamente, el sistema político se alimenta de unas ambiciones partidistas en las que el pueblo llano no cuenta. Y no hago distinciones. Por desgracia, lo que vemos de los partidos políticos se define en la ambición, la corrupción y la mentira. Jamás en mi vida, ni cuando los chiquillos en la escuela decíamos mentirijillas, he visto ni oído más mentiras que las que sufrimos con nuestros políticos.

No envidio la suerte de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno de un país como el nuestro. Pero observo y sufro, como todos los españoles, su falta de valentía para hacer valer los derechos y deberes de la Constitución, empezando por su propio partido. Esta falta de rigurosidad, que parece que tampoco la justicia apoya, está hundiendo a España en terrenos pantanosos que cunden la alarma social. Y siempre es el ciudadano normal, el humilde, el discreto y el que trabaja —si tiene trabajo— en silencio el que sufre en sus espaldas la carga. ¡Cuánto me gustaría poder celebrar de corazón este Día de la Constitución!