La codicia humana

12 nov 2017 / 11:01 H.

Cuesta entender tanto la codicia que se necesitarían mil ensayos y libros para siquiera desenmarañar esta curiosa madeja. Cómo explicar a nadie, pero sobre todo a esos jóvenes menores de veinte llamados a hacer el futuro, que hay personas que acumulan riquezas para las cuales habrían de pasar siglos, y aún así, apenas mermarían. Cómo argumentar que esto se produce solo por tener más y más. A veces me gustaría sentarme con un puñado de esos ricos que no saben siquiera cual es su fortuna personal y explicarles, sea cual sea su religión o creencia, que tras el último suspiro no esperan al otro lado bancos, ni siquiera cajeros; que cuando su facciones adquieran la palidez del rigor mortis les sobrará todo aquello que hay tras sus cuentas, que al esparcir sus cenizas no será su dinero el que germine en el campo de la eternidad. Recurriendo, de nuevo, a la sabiduría de mi abuelo materno, a aquellas sabias lecciones bajo la higuera, me atrevo a decir, como él, que ojalá el dinero fuese como los ajos, no sirviese de un año para otro. Sin duda alguna, seríamos mucho más felices.