La codicia

30 abr 2018 / 08:22 H.

Hola, me llamo Sofía y he hurtado dos veces en mi vida. La primera, a Paco, el del carrillo de Paco, que regía un armatoste lleno de chucherías al que acudíamos como moscas con una peseta en el bolsillo. Se ve que un día yo no debía llevar la peseta y mi mano, como si tuviera vida propia, cogió un chicle de fresa Bazoka; una goma redonda de tres pisos, bautizada insólitamente como el arma de la Segunda Guerra Mundial, que te estallaba en la boca con una explosión de sabor que no podía compararse con nada que yo hubiera probado hasta entonces. De aquello me arrepentí al minuto porque a las tres masticadas el Bazoka se convirtió en un engrudo duro como un zapato.

Pero de mi segundo hurto todavía no me he arrepentido porque técnicamente no se puede calificar con ese tipo penal, al tratarse de ocho “libros libres” que me regaló mi amigo José Manuel con la única condición de ponerlos un día en un lugar público para que alguien más pudiera disfrutar de ellos. Lo que ocurre es que cinco años después sigo procrastinando el doloroso momento de esa absurda y cruel despedida.

La verdad objetiva es que en muchas más ocasiones he sentido el impulso del “no lo necesito pero lo quiero”. Y no soy la única. En este país sabemos mucho de ese pecado, la codicia, que estimula uno de los aspectos más volitivos de nuestra naturaleza y que impregna más de sesenta casos del Partido Popular. Como por ejemplo el caso Púnica o la trama Gürtel, donde se investiga la financiación ilegal del PP y que suman más de 100 imputados por malversación, fraude, apropiación indebida o tráfico de influencias. El caso Lezo que investiga a más de 60 personas por el Canal Isabel II. El caso Acuamed sobre el fraude de las desaladoras que desvió más de veinte millones públicos y que salpicó a Arias Cañete, exministro y actual comisario europeo. El caso Andratx, la primera gran causa de corrupción urbanística del PP en Mallorca. Los casos Auditorio y Biblioteca, por los que el expresidente de Murcia del PP y 15 personas más, están imputadas por prevaricación, fraude y malversación. El caso Bárcenas que investiga la caja B del PP y pagos en negro a dirigentes del Partido. El caso Bitel que condenó al exdirector general de la empresa pública Bitel balear a cinco años por desviar 700.000 euros de fondos públicos. El caso Brugal con más de 30 personas acusadas de delitos de soborno, extorsión y tráfico de influencias en los contratos de la recogida de basuras en localidades del PP en Alicante. El caso Campeón que investiga la presunta concesión de subvenciones a cambio de comisiones a cargos públicos en Galicia. El caso Carmelitas donde un exconsejero valenciano fue condenado a cuatro años por quedarse con 49.000 euros donados por unas religiosas. El caso Emarsa, que investiga el saqueo de 24 millones en la depuradora de Valencia. El caso que investiga la presunta corrupción en el concurso eólico de 2004 en Las Palmas. El caso Funeraria que condenó a un edil del PP por vender los servicios funerarios del Ayuntamiento de Madrid por 60 céntimos y que ahora han sido remunicipalizados. El caso Naseiro, uno de los primeros casos de corrupción del PP. El caso del arquitecto Calatrava que cobró 15 millones por el diseño de un proyecto que nunca se llegó a realizar. El caso Torrevieja por el amaño de un contrato de basuras de 100 millones o el caso que investiga la concesión de parques eólicos a cambio de comisiones en Castilla y León.

Sin embargo, a un mes después del escándalo de Cifuentes por su máster ficticio parece que preferimos quedarnos con un vídeo en el que un guarda de seguridad de un Eroski de Vallecas registra el bolso de la ya expresidenta de la Comunidad de Madrid tras el presunto hurto de dos cremas antiarrugas. Y no sé a ustedes, pero a mí me molesta ver ese vídeo lo mismo que me molestaría contemplar imágenes que la descubrieran borracha o vestida de dominatrix, o a mí, hurtando aquel Bazoka. Creo que a estas alturas, lo único que debería importarnos es saber si tras abandonar su cargo, quien llegue va a continuar con esa misma forma de hacer política y con esa sensación de impunidad.