La carta y el coronel

17 jul 2017 / 11:42 H.

La sangre llegó a un río de tinta derramada desde el manantial de Sevilla de aquel foro de empresarios con marcado protagonismo jiennense. Los coroneles pueden dormir tranquilos. Tienen quienes les escriban en el marco de una legislatura que necesitó pasar su ecuador para empezar a saborear algo de sal y el azúcar. En un mandato insípido, falto de tensión política, con compañeros de un viaje de paso, sin destino, hay un atisbo de movimiento en las aguas tranquilas del Ayuntamiento de la capital.

El alcalde aprovechó el “pupitre” que le brindó el Forum Europa para hablar sin cortapisas de algo que está en la calle, una cantinela que retoña, como las flores en primavera, cuando el ambiente propicia su recuerdo. No hay mayor ataque en esto de lo público que decir la verdad, al menos, la verdad de lo que uno piensa. El caso es que el máximo mandatario, en el terreno de la ciudad ajena, sacó la espada y se lanzó verbalmente contra un adversario que disfrutaba tan tranquilamente de su particular paraíso interior. Las flechas llegaron a la velocidad de un lince. El mensaje fue a lo más directo del corazón del socialismo jiennense.

El cuestionado interés por la Alcaldía de Jaén por parte de la primera fuerza política de la provincia supuso un asalto con precedentes en un escenario con batallas de otros tiempos no muy lejanos. Manuel Fernández Palomino no pudo contener la ira, enterró el “buen rollismo” instalado en la Plaza de Santa María y respondió con la carta del emperador. Él, que no es alcalde por el fallo de las urnas, arremetió contra quien dirige la ciudad por la “gracia” de su antecesor, José Enrique Fernández de Moya. El “dedismo” tras la estampida a Madrid del actual secretario de Estado de Hacienda es solo una de las perlas de un artículo que pone el acento en el transfuguismo de quienes permiten un gobierno tranquilo en un salón de plenos al que no le falta un cascabel. No hay frase sin dardo envenenado. El jefe de la oposición se despacha tranquilo con mensajes en los que saca a pasear la escasez de diálogo, la suciedad en las calles, la deuda millonaria y la parálisis que sufre la ciudad.

La respuesta no se hizo esperar. El abogado, acostumbrado a redactar demandas en el ejercicio de su profesión, desenfundó la pluma y afinó en cada párrafo. Lo más bonito que suelta al también vicepresidente de la Diputación es que no es alcalde porque no quiere. Le recuerda la oportunidad perdida hace un año y medio, una situación que extrapola al ámbito nacional y que fundamenta, con doble filo, en la ruinosa situación de las arcas municipales. Javier Márquez habla de desprecio y de inquina del Partido Socialista hacia él mismo y, sobre todo, hacia la capital que dirige. Tiene argumentos para todos los responsables con los que no tiene más remedio que lidiar para sacar adelante proyectos guardados en el cajón de los olvidos. El Museo Internacional de Arte Ibero es solo uno de los ejemplos más recientes de la necesidad que tienen las administraciones de unir sus lazos para que la ciudadanía perciba que por algo depositaron su voto en una urna de cristal.

Dos cartas con las que Javier Márquez y Manuel Fernández centran la polémica perdida en un Ayuntamiento enrarecido y gracias a las que reciben palmadas en la espalda, algunas más traperas que otras, por enemigos íntimos en el arte de hacer posible lo imposible. El alcalde no para de recibir felicitaciones de sus adversarios, algunas tan sorprendentes como increíbles. No hay nada mejor que la literatura para tomar conciencia de la realidad y ver la vida de otra manera.