La bestia que nos observa

25 abr 2017 / 17:57 H.

En el presente artículo me gustaría hablar de ciencia, de derecho internacional, de educación, de paz, del renacimiento de la cultura occidental, de la vecería del olivar, de alérgenos, de obras de maestros universales que continúan siendo de perenne actualidad. Escribiría con mucho gusto del papiro, sobre la capa fibrosa que hay debajo de la corteza de los árboles, de personas criogenizadas, de bancos de esperma, del efecto nocivo que causa el rollo pedante tertuliano, pero entended que con el paso de los años, lo que me apetece de verdad, antes de que me alcance el franco deterioro neuronal, es hablar de mis recuerdos y si acaso de ese breve y recóndito escrito que se esconde ignoto en las entrañas de la imaginación. Recrear la degradada situación social no es un plato que me agrade, esa tarea solo podría ejercerla un juez inmisericorde que no sintiera en su fuero interno compasión alguna por los protagonistas materiales de la siempre esperpéntica condición humana. En esta recreación, no estaría de más recordar la necesidad de agilizar mecanismos de creación de empleo, que al mismo tiempo engarzaran con un modelo de sociedad cimentada sobre todo en la educación, porque cuando esta no existe, parece que todo está justificado y la sociedad se convierte en una guarida de secretos inconfesables, y en la más pura de las entelequias, no deseada por una juventud que aspira con razón a algo más que a ir de tristes por la vida. En esa línea, el sufrimiento humano, no se merece un comentario escatológico, sino un comunicado público solidario dirigido hacia quienes andan por ahí fascinados en promover la maldad humana. En caso de no recoger el guante, demostrarían de manera implícita su negativa a contrarrestar la desasosegada historia negra que se escribe un día sí y otro también. ¿Somos así de espantosos? O es que nuestro apego a la violencia, la desigualdad, el consumismo, es el reflejo natural de la bestia que nos observa desde el principio inalienable de los tiempos. ¿Es factible aún creer en la idea utópica de una conducta transparente que no naufrague a la primera de cambio, y no tenga por qué estar abocada al fracaso por el mero hecho de que una amenaza permanente planea sobre un mundo donde no cristalizan los ideales de paz y libertad? Hay momentos en los que parece oportuno y necesario hacerse de un corazón puro y una noble carga emocional, si deseamos hablar luego, en un sentido positivo de la vida, de indagar, buscar y sentir otras maneras de perseguir y lograr aquello con lo que deseamos estar de acuerdo. No hay que olvidar que nos hallamos solos e indefensos, inmersos en la precariedad de una vida desconcertante que nos invita a reflexionar, a recuperar nuestra autoestima y los principios que nos sugieren ganar en estabilidad mediante una actitud creíble que desafíe esta época cargada de un miedo latente que se resiste a marcharse y que se sigue resistiendo al deseo que lo reclama. Lo que de verdad hay de cierto en este encadenamiento de palabras e intenciones, se puede concretar en algo convincente que no ponga en cuarentena la posibilidad de reinventar un sistema de convivencia adaptado no a lo que parece que se vivió sino a una mentalidad actual. Solo hacen falta ganas y determinación, y no habrá conflicto que no pueda solucionarse.