Kant ha muerto

08 ago 2017 / 10:20 H.

En ocasiones, lo obvio nos surge en el abordaje de situaciones incomodas. “No sé si te habrá pasado”, me comentaba Elena en una de nuestras conversaciones. “Ahora no saben nada más que decirte que calor hace. Pues claro. Es verano”. Mientras la oía, pensaba que esta reflexión no tenía nada de original. Terminé por descubrir que ella lo que buscaba era eso, ver el valor de lo obvio. “Es bueno renovar nuestra capacidad de asombro —dijo el filósofo—. Los viajes interplanetarios nos han devuelto a la infancia”. Los viajes parecen ser el objetivo de toda persona que se considere. La propuesta que hace Bradbury en sus Crónicas Marcianas me parece más acertada aún por lo imposible de la misma, de ahí lo asombroso. Es mi libro recurrente para el verano. No creo que podamos hablar de verano, sino de veranos. Estoy de acuerdo con lo que piensa mi amiga Maribel. Para ella, este tiempo es la posibilidad de pensar y repensar a través de la lectura. Sentados en una terraza dialogábamos sobre la capacidad de asombro, del deseo de descubrir y cómo recuperarlo. Defiende que es en la lectura donde la encuentras. Es el mejor medio para lograrlo. Me hizo pensar, ¿somos lectores o consumidores de historias para exhibirlas? ¿Comprendemos significativamente lo que leemos o buscamos solo el reconocimiento de serlo? La subcultura juvenil define bien este hecho, postureo. Ciertamente parece ser que somos personas consumidoras de experiencias para exhibirlas. El objetivo nunca ha sido recordar sino mostrar al resto como desearías vivir. No es un fenómeno nuevo, si bien el modo en que construimos nuestra vida social desarrollada en las redes, nos hace acumular seguidores, con el objetivo de exhibir estados emocionales. Es la necesidad de mostrar cómo te sientes para sentirte bien, que eres una persona no solo igual al resto, sino mejor. Tus experiencias emocionales han de ser más continuas y de mejor calidad. Buscas en el otro que visualice tu felicidad a través de su no felicidad. Te hace ser distinto. Buscas tu diferencia dentro del grupo al que quieres pertenecer. Amistad o relación por intereses, coleccionismo de contactos. Es la vida mercantilizada. A mayor número de sujetos/seguidores en tu agenda mayor estatus y consideración en el grupo. Objetivo, ser influencer. Es el marco que el capitalismo flexible determina para la persona. Todo es susceptible de ser comercializado. Es la base de la identidad cultural. Construimos nuestras relaciones desde la posesión de “muchos otros”, desde la comercialización de las relaciones. Vivimos a través del smartphone, tras lo gratis esta la información y el acceso a tus contactos. Mercadeamos con personas. Sin su consentimiento, sin opción a que indiquen la casilla que prohíbe el uso de sus datos personales. Sin importar el derecho al no uso de su imagen. En estas acciones no se consideran las exigencias legales, ni morales. En nuestra libertad apresamos al resto de personas. Nos las apropiamos como objetos materiales. Cada dato enviado a la red es un eslabón de la cadena que limita la libertad, que facilita el control social. Una paradoja, afirma Byung-Chul Han, cuando expresamos nuestro deseo de libertad.

Y si no nos gusta, siempre podrás echarle la culpa al crítico que recomendó el libro una vez leído. Al final solo es “el sueño de una noche de verano”.