Juntos, pero no revueltos

05 jun 2017 / 11:09 H.

Ocupan escaño en la Diputación Provincial de Jaén y pertenecen al mismo “banquillo”. Son dos representantes políticos que se sometieron al dictamen del pueblo bajo las mismas siglas e idéntico color y que, sin embargo, su propio partido los convirtió en auténticos enemigos íntimos. Juan Diego Requena y Miguel Moreno encabezan dos equipos perfectamente divididos en el seno de una organización que vive una situación sin precedentes en la provincia. El enfrentamiento, que a punto está de caer en manos de un juez, se visualiza en la bancada de un salón de plenos en el que los alcaldes de Santisteban del Puerto y de Porcuna, que hasta hace dos días compartían confidencias, aparecen juntos, pero no revueltos. Su propio grupo decidió imponer la distancia entre dos dirigentes municipales enfrentados por dirigir el Partido Popular.

Hubo quienes, en los prolegómenos de aquel congreso mítico y de ciencia ficción del 21 de mayo, confiaban en que, cerrado el cónclave, todo iba a ser coser y cantar. Es habitual en política ver escenarios contradictorios por aquello del bien comunitario. El fugaz abrazo entre los líderes que decidieron enfrentarse a las urnas y hacer caso omiso a las llamadas a la integración hizo pensar en el borrón y cuenta nueva. Lo que ocurre es que es tal el revuelo que existe en torno a dos proyectos y tan encarnizada la batalla que será imposible esa añorada foto de familia de todos juntos en amor y compañía. La herida está en carne viva y no hay cirujanos capaces ni dispuestos a plantar cara a la propia naturaleza.

Eso de que uno sea el más votado por los militantes y, a la postre, se convierta en perdedor supone para el partido una verdadera puñalada trapera que conlleva una lesión que perdurará por los siglos de los siglos, amén. Cierto es que entraba en la hoja de ruta tan paradójico resultado, que las normas están para cumplirlas y que, una vez que el proceso está en marcha, no hay más remedio que asumir los riesgos. Sin embargo, cuando los afiliados quedan desautorizados por sus propios compañeros —los compromisarios con derecho a voto—, la democracia se debilita y resulta misión imposible que el común de los mortales pueda llegar a entender tan radical giro. Puede ser por el derecho al pataleo. Puede ser por un ejercicio de responsabilidad suprema. Puede ser por el compromiso con un proyecto político convertido en una meta interna... El caso es que hay motivos suficientes para exigir, con las herramientas que hay al alcance de todos, poner luz y taquígrafos a los resultados de unas urnas que, aunque estén más limpios que la patena, están manchados por la duda. El alcalde Porcuna impugnó el congreso celebrado en la “casa” a la que pertenece desde hace muchos años y está decidido a continuar en su particular lucha, en la que le acompaña un buen séquito de municipalistas, en esa búsqueda incesante por destapar la verdad del proceso. Agotará todos los plazos habidos y por haber para regalar tiempo a una dirección regional que no quiere más líos y, cuando no haya más puertas a las que llamar dentro de su propio partido, no le quedará otra que acudir a la verja de la Justicia. Juan Diego Requena, que ejerce de presidente con todas las de la Ley, tendrá un mandato falto de paz y tranquilidad si continúa a la espalda de la mitad de un partido roto. Recomponer las piezas de un puzle desparramado necesitará de un importante ejercicio de humildad para andar por el camino que conduzca a la unidad. Todavía están las piezas de ese puzle. El problema es que desaparezcan y, entonces, sea imposible su reconstrucción.