José Solís

20 ago 2017 / 11:09 H.

Antes que agradecido obituario, pretendo hallar respuesta a interrogantes que solo en el universo del flamenco se pueden formular; y que, acaso, no han merecido reflexión y respuesta por quienes, de una forma u otra, hemos cuasiteorizado sobre este arte. José Solís, tristemente fallecido, hace pocos días fue el primer presidente de la Peña Flamenca de Jaén y uno inquiere cómo en este colectivo se produjo, finales de la década de los setenta del siglo pasado, una integración tan intensamente afectuosa y concordante como heterogénea resultaba la condición política de sus integrantes y el nivel económico-social que cada uno, sin pretenderlo, representaba, existiendo convicciones religiosas tan divergentes. El resultado, en aquel entonces y hasta hoy día, ha sido culturalmente excelente para la historia de Jaén, en la medida en que la revista Candil, por cierto de próxima reaparición, constituye la publicación de este signo cultural de más largo trayecto en el tiempo. Excelente, sobre todo para el rescate de un arte inconmensurable que se banalizaba en prostíbulos y fiestas de cretinos desinformados. El proyecto de José Solís, junto a otros compañeros, fue el de rescatar ese legado flamenco hasta traerlo a intramuros de sus raíces, esto es, a la verdad y entender y hacer entender, al menos en Jaén y Andalucía, que el flamenco es la expresión artística más estremecedora que pueblo alguno haya alumbrado. El primer responsable y protagonista de esta reflexión fue mi amigo José Solís. Pocas personas he conocido más íntegras y honestas que él, y también más hábiles para conducir un proyecto de cultura que entrañaba dificultades, por la discrepancia que en el seno del propio flamenco se producía, en torno a la naturaleza originaria de este arte. Era como si el quejio negro de Agujetas, el remate por seguiriyas de Terremoto o la pelea de Fernanda, por solea, fuera la clave exclusiva de todo entendimiento. Y ello fue antes de que, en este país, se introdujera la cultura de la transición. Cuando esta adviene el proyecto cultural que lidero José Solís caminaba ya al éxito.

José Solís que fue un hombre de derechas, como él mismo con todo orgullo reconocía serlo, obtuvo la leal colaboración de quienes, en mi poemario Arco de Consuelo quedaron reflejados así: “Fue Caracol y Lenin a la altura/del grito que estremece y que desnuda”, o también: “Le reza a Pablo Iglesias cada día / por el bastardo hermano que confunde / amo y amor, valor y plusvalía”. A mí entrañable amigo José Solís, el cual siempre percibí como un personaje entresacado de un lienzo del Greco, dedique también este soneto, del que transcribo los dos tercetos finales: “Y de pronto una voz, una guitarra.../ Lo dicho no es verdad. Se desmorona / el hombre, se estremece y se desgarra, / lo vertebra la sangre, alma en cuclillas, / cuando el llanto en sus ojos se amontona: / Manuel Torre cantaba siguiriyas. Descansa en paz, amigo mío.