Jaén, alcaldes, gentes

25 oct 2017 / 10:16 H.

Jaén nos puede seguir sorprendiendo por muchos motivos, es una tierra llena de encanto, sus gentes son de trato afable y su sabiduría popular, a la que tanto me referiré siempre desde estas páginas de Diario Jaén, es tanta, que el dictadólogo (aún sin recoger por el DRAE) no sabe muy bien cómo empezar a rescatarla de boca de sus informantes porque sale a borbotones. Yo tengo una ventaja, soy giennense, de Campillo del Río, y se me llena la boca cuando menciono el topónimo de mi pueblo, perteneciente al colindante municipio de Torreblascopedro, a unos veinte kilómetros de Linares y otros tantos de las renacentistas ciudades de Úbeda y Baeza... ventaja digo por cuanto andar caminos desde el terruño y para el terruño, me supuso no solo conocer idiosincrasias particulares, allá por los años noventa —cuando preparaba mi Diccionario bajo la dirección de Camilo José Cela—, sino también a representantes oficiales de las mismas, dotados de buen corazón quienes no ejercían más que de ciudadanos superpuestos a sus ideologías políticas, meros representantes de los intereses reales de su pueblo, por encima de las prebendas y desertores del papanatismo. Sí, me estoy refiriendo a los alcaldes de nuestros pueblos, pero solo a esos que han sido capaces de alcanzar la madurez, suficiente y sólida, como para comprender que la cultura es el verdadero bastón de mando que siempre quedará perpetuado en la raigambre y en la esencia histórica de su conjunto de representados, presentes y también futuros. Por ello, como hay que dar al César lo que es del César, y en medio de esta época rara que nos toca vivir en que la política es sinónimo de desconfianza, quisiera resaltar, desde mi tribuna, la actitud noble de alcaldes como el de Guarromán: don Alberto Rubio, pueblo al que he sido invitado para presentar una mesa redonda por mi querida Doña Adela Tarifa, en pro de la cultura y de la celebración de los 250 años de la creación de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, junto al hijo de Camilo José Cela, el señor Cela Conde y su tío don Jorge Cela Trulock, hermano del Nobel. Mi agradecimiento, pues, porque además, se pretende honrar el nombre de mi maestro con una calle.