Insomnio
o la noche
en blanco

02 jun 2017 / 11:21 H.

La poesía permite lujos tan libidinosos como morirse “diez centímetros tan sólo” (Ángel González), regalar al lector las mujeres que uno amó (Joan Margarit) o hablar “en esta hora / de dolor con alegres / palabras” (Claudio Rodríguez) No es mal momento para recordar que quien ama de verdad a la poesía es capaz de acariciarla en el lomo de los coches abandonados a la intemperie urbana. La lírica estalla por doquier, expelida por cualquier tubo de escape, orgullosa en medio del asfalto como “galpones en el concreto”, que diría Raúl Zurita. Y es que también hay poemas que brotan de lo feo o de lo grotesco. O del sarcasmo más puro. Ahora que tenemos encima la noche en blanco, todos los aedos anónimos deberían ocupar el ágora, insomnes porque no les queda otra (y para eso son poetas: el aplastamiento vital obliga), y proclamar a los cuatro vientos que hay 114.658 cadáveres (según las últimas estadísticas) pudriéndose en la ciudad ajena. Bueno, 114.659, incluyéndome a mí cuando al fin me empadrone. Asumo que quieren saber las buenas noticias primero, que para eso estamos en la sociedad del bienestar: al menos, somos cadáveres andantes. Para saber las malas, pregúntenle a Dámaso Alonso.