Injusticia doméstica

12 mar 2019 / 09:27 H.

Nací en una época en la que el machismo imperaba y lo hacía con cierta naturalidad, porque eran costumbres heredadas de generación en generación. Lo de que el hombre trabajaría para traer el dinero a la casa y lo de que la mujer se dedicaría —no se decía trabajaría como si eso no fuese un trabajo— a las labores de la casa. Así de claro y así se admitía, no digo que con gusto, pero sí con resignación. Mi esposa fue una de esas mujeres —que aunque le hubiera gustado ser enfermera— aceptó dedicarse a las labores de la casa. Es verdad que trabajé día y noche, pero nunca lavé un plato, planché una camisa, hice una cama ni freí un huevo, ni cambié los pañales a las niñas. Y no fui consciente de ello. Con los años, yo me jubilé y ahora sigo trabajando en lo que me gusta y a las horas que más me acomodan. Mi mujer siguió no con las tareas de siempre sino muchas más, agrandadas por la llegada de las hijas y de los nietos. Ella, a sus 78 años, no se ha jubilado ni lo hará mientras le queden unos gramos de salud. Una salud que se va diluyendo entre ese trabajo diario, intenso, interminable. Tanto es así que, cuando estoy escribiendo estas líneas pensando en ella, mi mujer está ingresada en el Hospital Clínico. Y cuando he estado viendo a través de la prensa escrita y las televisiones ese grito de libertad, de igualdad, de justicia, he recordado la entrega sacrificada y silenciosa de mi esposa, Socorro, que es la misma de millones de mujeres que estuvieron marginadas, infravaloradas, cuando su aportación a la subsistencia de la familia es tan importante o más que la de los hombres. Todas esas mujeres merecen un respeto, un reconocimiento y la mayoría sólo recibieron humillaciones, desprecios, violencia. Ya es hora de que la sociedad y los gobiernos sean justos con las mujeres. Una justicia que debe empezar en la propia casa, en todas las casas donde un hombre y una mujer tengan un destino en común. Me asusta escuchar y ver que existen partidos políticos, principalmente Vox, que llevan en sus programas electorales medidas regresivas que pudieran hacer que el machismo vuelva a rebrotar con la fuerza de siglos pasados. Quizás no escuché bien, pero Santiago Abascal parece muy equivocado si pretende regresar a un pasado vergonzoso. Y quienes pudieran apoyarle, y Pablo Casado lo parece, están condenados al fracaso. La igualdad entre hombres y mujeres es un derecho desde que se nace.