Impuesto al pedo
Al comenzar a escribir este artículo cuyo título me lo ha sugerido una noticia aparecida en los medios de comunicación, pido excusas de antemano a mis posibles lectores porque voy a tratar de un tema algo escatológico como es el de las flatulencias del ganado vacuno que, al parecer, constituye un grave problema para el medio ambiente debido a su contribución al calentamiento global. No cabe duda de que sería necesario encontrar una solución adecuada a este asunto que afecta a todo el planeta, y por fortuna para todos, parece ser que los científicos ya se han puesto a la tarea y hay estudios bastante avanzados que demuestran que es posible llegar a reducir estas emisiones de metano sin afectar a la calidad de vida de los sufridos animales ni a sus principales productos naturales, a saber, leche y carne. Financiar a los científicos para que continúen con dichas investigaciones y puedan asegurarse de su idoneidad para paliar el problema y, después de ello, establecer las normas legales que permitan aplicarlas en todas las explotaciones ganaderas parece ser la menor manera de abordar este odorífero asunto, y a ello deberían aplicarse los recursos necesarios por parte de los políticos que hemos elegido, tanto a nivel global en instituciones como el Fondo Mundial para la Naturaleza y la Unión europea que son las que han dado la alarma, como a nivel nacional y regional. Pero para nuestra sorpresa de todos, no sé si ustedes saben que a alguno de esos políticos que solo piensan en cómo sobrevivir y no a uno de aquellos que están ahí para servir, de los que por desgracia y con el paso de los años de democracia han ido desapareciendo y ya quedan pocos, se le ha ocurrido la peregrina idea de poner un impuesto al metano que expulsan las vacas cuando ventosean. Es evidente que los animales de “motu proprio” dejarán de tirarse pedos para no perjudicar las finanzas de sus dueños, y en adelante todos contentos.
La madre naturaleza, por medio de la evolución de las especies, ha establecido las características físicas de todos los animales del planeta y, en el caso de las vacas, las ha hecho flatulentas en grado sumo, pero útiles para los hombres que las pastorean y cuidan; del mismo modo, la inteligencia y evolución del hombre le ha permitido establecer normas sociales y organismos que hacen posible la convivencia en paz y armonía. Para que estas reglas sean respetadas y funcione la sociedad, nos hemos dotado de administradores que han de ser sensatos y velar por la correcta utilización de los recursos que en forma de impuestos allegamos para tal fin. No me parece la manera más adecuada de gestionar estos recursos incrementar el número de funcionarios ociosos y políticos de escaso seso y larga verborrea que encarecen de manera notable el presupuesto y dan la impresión de que están ahí no para resolver problemas, sino para justificar su propia inoperancia que contribuye de manera notable a la desafección de los ciudadanos. Implantar un nuevo impuesto que grave los pedos de las vacas es un síntoma palmario de que hemos llegado demasiado lejos en el camino de la estulticia colectiva. ¿Estamos condenados a soportar ese nivel de estupidez?
Quizás sería mucho mejor para todos eliminar del mapa político los puestos remunerados que ocupan todos esos inútiles mentales que pululan y holgazanean por los despachos del poder y así ahorrar gastos, e incluso proponer un impuesto especial a las diarreas mentales que padecen los tales gestores y hacerles pagar parte de la sangre que chupan a diario al conjunto de los mortales. No sé qué medida sería más efectiva, pero en cualquier caso sí que es necesario reflexionar sobre la inutilidad manifiesta y el ingente coste para la sociedad de tantas capas de administración e instituciones superfluas como padecemos a nivel global porque parece ser que la idea inicial del impuesto surge nada más y nada menos que de alguna oficina de Bruselas, es decir de algún funcionario o representante político del Mercado Común Europeo bastante bien pagado. Aunque pensándolo mejor, sería definitivo hacer que los despachos de los tales zoquetes que tanto se afanan en la innoble tarea de crear nuevos impuestos odoríferos, fuesen establos de vacas o zahurdas de gorrinos, pues así estarían en el mejor lugar para aprovechar el metano que los animales de turno, en el ejercicio natural de su propia condición y costumbre, tuviesen a bien expulsar. El medio ambiente mejoraría.