Imaginando a Machado

30 may 2017 / 11:34 H.

He vuelto a soñar con Baeza. Con su campo y también con sus calles. Soy Antonio Machado. Poeta. Una de esas personas cuya materia prima son las letras, y que trata de recrear sentimientos con sus versos, con sus frases. Elegir palabras, ordenarlas, esa era mi dedicación. Como un extraño alquimista que sumerge las letras recién recolectadas en un recipiente que remueve y cuece, hasta que los distintos significados se han mezclado formando un brebaje armónico, que ingerido, roza, acaricia, estremece los sentidos del lector, del oyente. Como os decía, he vuelto a soñar con Baeza, y en mi sueño, caminando, iba hasta el Instituto de Bachillerato en el que impartí clases durante largos años. En mi vieja aula, todo estaba igual, pero, a la vez, todo era muy diferente. No había alumnos, sino visitantes, y alguien les hablaba de mí a los turistas.

Comenzaba contándoles que fui un profesor de instituto al que habían destinado a Soria y que en aquella ciudad castellana me enamoré de Leonor, ella era casi una niña, tenía 14 años, mientras que yo podría, por edad, haber sido su padre. Sin embargo su familia accedió a la boda y meses después nos casamos. Y como me concedieron una beca en París, nos fuimos a vivir a la capital del amor. La nuestra era una historia de alegrías y mieles, hasta que Leonor enfermó súbitamente de tuberculosis y tuvimos que volver a Soria. Y poco después mi mujer murió, con apenas 18 años. Huyendo de los recuerdos, solicité mi traslado a Baeza. Pero la tristeza vino conmigo, como un fantasma oculto, agazapado en el doble fondo de los baúles del alma.

He vuelto a soñar con Baeza, y con aquellos días en los que tomé la decisión de irme a vivir allí. Tiempo después llegué a confesarle a Juan Ramón Jiménez, que había barajado, incluso, la idea del suicidio. Pero finalmente decidí arrastrar mi herida por estas tierras jiennenses. Amueblé de soledad las largas tardes baezanas. Con mis primeros “Campos de Castilla” recién cultivados, la melancolía engendró mis nuevos poemas durante los siete años en los que deambulé por estos caminos, trazando estelas efímeras en el mar de olivos.

He vuelto a soñar con Baeza, y con las clases de lengua francesa que impartía en aquel viejo y noble instituto. Mientras, en Europa atronaba la guerra. Yo, en Baeza, trataba de enseñar palabras en francés, sin embargo, en aquellos años, en Francia las balas y las bombas eran el lenguaje de los patriotas, en pleno fragor de la Gran Guerra.

Las conjugaciones francesas colisionaban contra las declinaciones alemanas y los caracteres cirílicos rusos y el alfabeto turco y la lengua inglesa y la italiana, no eran capaces de entablar un diálogo más allá de los ultimatums y de las amenazas. Estaba enseñándoles a los jóvenes de Baeza una lengua herida por las dentelladas del conflicto que asolaba Europa.

He vuelto a soñar con Baeza y con su campo. Yo era un caminante, y en mi ruta no estaba Jaén, ni Baeza, pero andando, el camino me llevó a recorrer estas tierras. Han pasado ya cien años del destierro baezano. Sin embargo, una y otra vez, vuelvo a soñar con aquellos melancólicos días, e interminables caminos de piedras, de esplendor, de polvo, de serenidad, porque tal y como dejé escrito: “Campo de Baeza, soñaré contigo cuando no te vea”.