Obligación o virtud

15 abr 2018 / 10:46 H.

Los últimos acontecimientos de nuestro panorama político no hacen sino confirmar lo que ya sabíamos: Es imposible ocultar tal nivel de corrupción. Si nos perdemos en la teoría, podríamos hablar de la ética kantiana o disertar sobre Hume, pero la basura seguiría sin sacarse. La política ha demostrado ser un juego de sombras donde las medias verdades son mentiras enteras. Podría pensarse que el trabajo bien hecho puede disociarse de las intenciones de su actor o que resulta irrelevante la vida personal de nuestros gobernantes, si estos cumplen con rectitud sus labores al servicio público.

Sin embargo, ¿a quién sirve la política en este país? Las puertas giratorias, los casos de malversación y demás escándalos nos enseñan que, si bien la ética es clara, la política esconde —como si de un iceberg se tratase— lo más peligroso bajo la superficie. Es por ello que los actos individuales de nuestros políticos evidencian la vara de medir por la que rigen sus actos. Si la política es el reflejo de la ciudadanía, es nuestro deber decir la verdad aunque no nos interese, caiga quien caiga, porque como haces cualquier cosa acabarás haciéndolo todo.