Hospedería

16 mar 2018 / 09:04 H.

Ciudad de los raudales que has escrito tu nombre sobre las aguas de una ciénaga. Unos te llamaron “Todavía no”, otros “Ya no”, pero ninguna de tus calles supo jamás si sus recuerdos eran algo más que estos despojos. Hoy tampoco quisiera, aun mirándote, ver tu belleza arrasada. Portillo, Arco del Consuelo, Callejón de la Mona, Maestra, Juego de Pelota, Llana, Compañía, Los Muertos, Espiga, Colegio, Campanas, Cuesta del Obispo, Callejón de la Tortuga: tu gente habla el idioma de quienes nunca dejaron de huir porque los detuvo su aislamiento o el ángel de las fondas. Radios partidos, cubos de mugre, calles cuyos portales olieron a lejía porque llevan al altozano de la iglesia, a una plaza que tiene nombre de madre. Ten piedad contigo misma, plaza que desoíste arengas, murmuraciones, escrituras que nunca avalaron las notarías ni el linotipista de los bandos. Ven hasta quienes heredamos la amortización de la sangre, emancipa ya el tiempo de tu historia, fija tu naturaleza en el espacio, sentencia que la intemporalidad del infinito se haga presente en tu retablo de roca pulida por la niebla de este invierno, aposento de tu transparencia geológica. Amor te lo manda, tan temeroso de Dios como de la estupidez de la plebe, desde el altavoz de la noche en manos de la graja.