Hasta que el divorcio separe

29 mar 2017 / 11:27 H.

Leía hace unos días que en Jaén nos seguimos casando mayoritariamente por la iglesia, y me ha traído una vez más la comparación de los tiempos. Hasta el amor parece de otra manera. En cincuenta años hemos pasado del “hasta que la muerte nos separe” al “se acabó el amor, nos divorciamos”. Entonces había que tener buen ojo, y a la postre suerte, al elegir, si se podía, a la persona con la que compartir vida hasta la muerte. O eso, o soportar el suplicio hasta el final. Ahora, no. Ahora, como decía mi abuela, “no nos aguantamos ni una “badilá” de rescoldo en la bragueta”, a la mínima, y a pesar de que ha habido oportunidad de conocerse a fondo, nos percatamos de que “esto no funciona” y borrón y cuenta nueva, agravada, claro está, con la de abogados, juicios, notarios..., sin importar que haya sido el cura el que haya bendecido tanto amor inicial. Casarse por la iglesia no deja de ser un trámite, una ceremonia vistosa, porque luego se recurre igual al divorcio, que hasta 2015 ha ido “in crescendo” en nuestra provincia desde que se instauró. Preferible, y en esto la Iglesia debiera ser indulgente, a los malos tratos, la violencia y la amargura de por vida. También hemos pasado del “contigo, pan y cebolla”, que resumía el amor incondicional y el compartirlo todo hasta el final, a los contratos prematrimoniales que hoy se estilan, que tratan de allanar el camino al divorcio antes del matrimonio. Cada día son más las parejas que recurren a las capitulaciones matrimoniales, una fórmula que puede evitar quebrantos ante un divorcio mal avenido. Pero ¡qué raro hablar de amor y sentar las bases para su disolución! ¡Qué difícil y poco romántico prevenir por si el amor se acaba! Una ayuda institucional para salvar ese escollo es la adoptada en algunas comunidades, en Andalucía todavía no: la de sustituir por defecto en la ley el régimen de gananciales, obsoleto, con el que se trataba de proteger a la mujer que solo trabajaba en el hogar, por el de separación de bienes más acorde con los nuevos tiempos, que además puede impedir que la ruina de uno de los cónyuges arrastre a toda la unidad familiar. Eso sí, el romanticismo siempre se va a resentir cuando se hable de economía.