Guernica

31 oct 2018 / 12:35 H.

Recuerdo un puente de todos los Santos que pasé hace años con mi abuela, en su pueblo en Valladolid. Recuerdo que recibió la visita de su prima “La Brígida”. Todo un reto llevar su nombre, por eso me escamaba que ella al hablar se refiriese a su pueblo como ESE. Brígida vivió en ESE hasta la guerra. Fui a la cocina a por un vaso de agua, por una sed inventada de mi abuela porque querían una conversación de palabras privadas. Hice mal pero las espié para convertirme en escritora. La Brígida se quejaba: allí en ESE perdí mi oído derecho y ahora con esta jodía edad ando perdiendo el izquierdo. Necesito la voz de mi marido aunque sea para pelearnos, las conversaciones contigo, la radio y mandarles un beso al teléfono a mis nietos. No me gusta tanto la vista ni el sabor pero sí me gusta oír. Entré en la habitación y comenté que me había apuntado a la excursión de un día a Madrid para ver los museos del Prado y el Reina Sofía. La Brígida se apuntó conmigo y ante el Guernica lloró. La edad me ha traído respeto ante las lágrimas y silencios ajenos. Al llegar al pueblo La Brígida dudó, pero al despedirse me dijo, Guernica ESE era el nombre de mi pueblo y esperaba verlo en siete metros.