¿Gracia o desgracia?

11 jul 2017 / 11:22 H.

No estábamos de acuerdo en esta cuestión. Formular y escuchar críticas parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky —filólogo humanista— argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia. Estas reflexiones deberían formar parte del imaginario colectivo desde los primeros años de nuestra vida como fundamento de nuestra cultura. Habrá quien argumente que esto no es un deseo sino una realidad. Resulta complejo de comprobar en una cultura judeo-cristiana, donde la idea de la unidad prevalece sobre la diversidad. Más aún cuando compruebas como se articulan los debates en la actualidad, bien sea en la tv, siendo referente, o en cualquiera de las redes sociales existentes. El problema no está en la crítica sino en el modo en que reaccionamos.

Una de las cosas que llama la atención es el buen vermut que se puede tomar en Jaén. Lo comprobé gracias a una amiga que pudo certificarlo tras una de sus estancias a la que denominó vivencias de una canaria en Jaén. Solo espero que no desaparezca. Últimamente las señas de identidad locales terminan siendo sustituidas por productos de dudosa calidad a precio elevado y de nombre poco comprensible. Por supuesto, si es en inglés mejor. Las personas no somos conscientes de que nuestro lenguaje es el eje que construye la identidad. Como lo es nuestro sentido del humor como modo de realizar críticas. Son recurrentes los mensajes conteniendo chistes cargados de simbolismo que se envían a las redes con significado discriminatorio hacia personas o colectivos, bien sea por su diversidad funcional, orientación sexual o género. El fin es agradar a los interlocutores, es el interés del reconocimiento, obtener el “like”. Es la notoriedad flash. Momento de demostrar el poder simbólico de la palabra. Nos sentimos seguros logrando la carcajada o su imagen, en un aparente juego inocente. El señor Martínez, mi padre, siempre me indicó que hay palabras que hacen enfermar y se deben tratar con cuidado para no contagiar a otras personas.

¿Somos culpables por acción o por ignorancia? Da igual. La responsabilidad está en transmitir y justificar el hecho porque solo es juego social, solo es humor, solo es un chiste. Somos responsables de humillar, de segregar con la palabra, de construir espacios de relación con barreras invisibles. Nos faltan herramientas críticas para tomar conciencia. Nos han enseñado a leer textos no contextos. No es una opinión sino la teoría de la Superioridad de Hobbes. Permite ver que nos generan risa los contextos en que menospreciamos a otras personas. En la diferencia vemos perdedores, frente a la seguridad de nuestra superioridad. Debemos denunciar el hecho y valorar lo bueno de reconocer el error. Descubrir las incoherencias no es algo que reprimir, es algo que demuestra que lo identificamos, es en sí la alternativa y transformación.

Quizás sea el momento de entender que el cambio no está únicamente en las grandes infraestructuras. Sí, estamos de acuerdo que nos merecemos más, pero no está demás comenzar por construir la convivencia a través del diálogo, desde el respeto y la inclusión de todas las personas. Si no lo tenemos claro, habrá que recurrir a la bondad de nuestra cultura. El remedio de la tía mariquita que con aceite todo lo quita.