Fragilidad

30 ago 2017 / 10:43 H.

Tenía treinta y tres años, y toda la vida por delante, cuando sus ilusiones se estrellaron contra un olivo, ese fatídico sábado de un mes de agosto abrasador. Se quebró su juventud como el endeble tallo de una margarita y su bonita sonrisa se apagó para siempre. Se llamaba Mari Carmen y dejó atrás un bebé con quince meses, un marido desolado, unos padres hundidos y una familia rota que la recuerda a cada instante. Construimos nuestra existencia con sólidos muros de hormigón: estudiamos, trabajamos, tenemos hijos que hacen perdurar nuestra estirpe. Pero olvidamos que nuestros cimientos son de papel y que el viento del destino puede moverlos a su antojo. Un metro más o menos, un día antes o después, pudo pensar aquel turista que paseaba despreocupado por las Ramblas cuando fue atropellado salvajemente. Es la fragilidad que nos acecha en cada paso, en cada decisión que tomamos y de la que, afortunadamente, no somos conscientes. Sería difícil vivir con la angustiosa sensación de que, en cualquier momento, nuestra existencia puede fragmentarse en mil pedazos.