Fractura social

18 oct 2017 / 10:39 H.

Uno no percibe el alcance de la fractura social que provoca el hecho catalán, hasta que no se da de bruces contra ella en las redes sociales entre amigos, familias que, lejos del foco de tensión, se posicionan de uno u otro lado ante lo pasa allí; y en concreto sobre el uso de la violencia y su utilización partidista. Es un dislate a lo que se ha llegado. La violencia siempre es lamentable, y supone una falta de voluntad de diálogo difícil de justificar. Ahora bien, quedarse solo en la violencia del policía que está tratando de defender la ley es propio de personas con una gran implicación emocional en el tema o muy cortas de miras, o de políticos sin escrúpulos que tratan de obtener rédito con ello. Porque en ese esquema se está obviando la violencia menos aparatosa pero mucho más dañina de quien trata de saltarse la legalidad de forma vil e imponerse por la fuerza de los hechos, provocando con mentiras la visceralidad de la gente, y lo que es más grave, exponiendo niños como escudos para sus intereses. ¿O no es eso violencia?

Aquí hay un conflicto de derechos, que encubre en realidad un choque de espurios intereses. Por un lado está el derecho a decidir de los catalanes independentistas, respetable, pero no mayor que el derecho a seguir siendo españoles de otros muchos catalanes, olvidados por el gobierno de la Generalitat, y el derecho a que Cataluña siga siendo un territorio español de muchos españoles, de muchas regiones que quedaron postergadas en favor de aquella tierra, para que ahora algunos catalanes megalómanos se ensoberbezcan en su prosperidad. Y para eso está la ley, para regular derechos y deberes para que todos podamos convivir en paz, y el Estado de Derecho, con su policía, que no está para dar ni para recibir flores, sino para evitar que cualquiera, aunque sea la mitad de los que viven en Cataluña, pueda saltarse a la torera la ley que asegura la convivencia.

Naturalmente, la ley se puede cambiar y hay sus cauces para ello. El principal, el diálogo, que ha sido el gran olvidado por uno y otro lado, y tal vez sea necesario cambiar de interlocutores para recuperarlo.