Flamenco y reconocimientos

03 mar 2019 / 11:15 H.

T ras la declaración del flamenco, como “Patrimonio Inmaterial de la Humanidad”, se han sucedido los reconocimientos por la prensa y se han resaltado aquellos eventos que supuestamente prestigian esta adquisición. Es evidente que no debe cuestionarse la importancia de la bienal de Sevilla y, con anterioridad, los concursos de Granada (1922) y de Córdoba, década de los cincuenta, los festivales de Jerez etc. Pero no sólo eso. Otros factores esenciales se olvidan, lamentablemente, sin advertir que tales eventos son el efecto, la exteriorización de una realidad que se venía recuperando, desde la segunda mitad del siglo XX. Para que el flamenco pudiera ser captado, en su versión más desgarradora, más festiva, más como expresión autóctona y singularísima, hubo de rescatarlo de un escenario de tópicos degradantes que pública y oficialmente utilizó la dictadura con invocaciones propagandísticas “Spain is diferent”. Incluso, en Andalucía, la inmensa mayoría nunca consideró el flamenco como una expresión artística identificada con sus gustos y tradiciones. Y ello, en razón de la propia gestación del flamenco que se produce protagonizada por una minoría y su forma de expansión es casi clandestina. Para la gran mayoría, se trataba de una extraña música de sospechosa vinculación con los bajos fondos que determinó el desinterés del andaluz medio y una cierta actitud despreciativa. ¿Quién y cómo promueve determinada popularización del flamenco, recuperándolo de la chabacanería en que se hallaba sumergido? La aportación literaria de escritores vinculados a esta España meridional fue decisiva. Aparte de Demófilo, el padre de Don Antonio y Manuel Machado. Ricardo Molina, Caballero Bonald, Fernando Quiñones, Félix Grande, Anselmo González Climent, Manuel García Matos y otros profundizan en la realidad del flamenco, como un sistema comunicativo de excepcional belleza: la expresión artística mis estremecedora que pueblo alguno haya alumbrado. Pero, a parte de una nutrida bibliografía sobre el flamenco que rechaza la impostura de que fue objeto este arte e incentiva una evidente curiosidad intelectual, otro elemento promotor de esta recuperación son las peñas flamenca que en numerosos pueblos de Andalucía, se crean. Y en casi todas se sigue la misma estrategia. Por sólo analizar la propia de Jaén, se trataba de que actuasen en esta ciudad, esa última generación de artistas, profesionales o no, que tuvieron contacto directo o derivado con el germen puro del cante pese a su aparente letargo, tras la aparición del flamenco escénico. Caballero Bonald señala que tal “letargo fue también su garantía de continuidad”. Así, por la antigua sede de la Peña Flamenca de Jaén e incluso por la calle Maestra, se pudieron admirar los cantes de Tomas Torre, Juan Talega, el Perrate, los Mairena, Fernanda y Bernarda de Utrera, los Lebrijanos, Pericón de Cádiz, Rafael Romero y un largo etc., que resulta imposible enumerar. Es injusto que se haya silenciado la función de estos colectivos, y en particular el olvido de la revista Candil, en Jaén, la única y mejor publicación que ha existido sobre el flamenco.